Hace siete años, Tas Careaga le echó el ojo a una iglesia románica, la de Santa Cruz de Sopuerta, del siglo XVI. La idea era transformarla en un estudio de arte que a la vez fuera su hogar.
Lo encontró en un portal de segunda mano, y el motivo de la venta, explica Careaga, fue que la Diputación puso un requerimiento al Obispado para que la arreglara.
La cogió totalmente en ruinas y después de tres años de trabajo en los que ha hecho de todo, el resultado es espectacular. El altar es una cocina; donde estaba la sacristía, ahora hay un jacuzzi. Te puedes encontrar frescos hasta en el baño y para subir al campanario hay un pasadizo secreto.
El de Caragea no es el único caso. A dos horas y media de allí, Adrián Campos se ha pasado tres años buscando una casa-estudio cerca de su pueblo, pero lo único que ha encontrado son más de 90 iglesias derruidas. Una ya es suya, la de San Clemente en Uzquita, románica del Siglo XIII.
Campos, que es artista, creyó que esta sería una buena forma de dejar de perder patrimonio. "Estos edificios se están cayendo por no plantearnos un cambio de uso", cuenta. Convenció al párroco, presentó el proyecto al ecónomo y en medio año ha sido suya por menos de 10.000 euros.
"Yo no creo que quieran hacer negocio con ellas porque les cuesta mucho soltarlas, venderlas a otros propósitos es como prostituirlas", cuenta Campos. Una opinión parecida a la de Careaga, que cree que al "Obispado no le interesa que esto sea una discoteca". La suya, de momento, está registrada como uso turístico y no descarta comprar otras.
Con casos como estos, los Obispados abren un nicho que puede provocar milagros en su patrimonio.
Eran conocidos como los 'caras rotas'
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Los conocidos como 'caras rotas' eran despreciados por la sociedad, como se narra en El reconstructor de caras. Solo algunos, gracias al cirujano Harold Gillies, vivieron una segunda oportunidad.