Antoine Griezmann no ha fallado muchas ocasiones en su carrera como la que marró ante el Valladolid en Pucela. El francés, con 0-1 en el marcador gracias al tanto de Arturo Vidal, tuvo una de esas que es más fácil verla dentro que como finalmente terminó.
Porque el francés se quedó, como se suele decir, con el molde. No midió bien la acción tras una gran jugada de Nelson Semedo por la banda derecha. El lateral se zafó de sus marcadores para poner el cuero en el corazón del área y, a pesar de que el envío no fue preciso, un rechazo hizo que llegara a su destino.
Quizá por no esperárselo, Antoine pensó en el después antes que en el durante. En vez de controlar el balón, decidió tirar y su disparo apenas contactó con el esférico. No fue ni a puerta, en una ocasión que cualquier delantero querría tener en un partido.
Y es que estaba, prácticamente, a unos siete metros máximo de la portería de Masip y sin oposición alguna. Tenía tiempo para controlar y para tirar, pero buscó un derechazo rápido y falló.
Se llevó, claro está, las manos a la cabeza. Normal, pues no es ni mucho menos habitual que un jugador de su talento falle algo tan, a priori, sencillo.
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Habría sido el 0-2 para los culés en el minuto 20 de juego, algo que habría puesto sin duda el viento más a favor aún para un Barcelona que ya iba ganando al Valladolid.