El delantero. Complicada profesión dentro del mundo del fútbol. Tu trabajo, prácticamente siempre, se mide por cuántos goles marques y también por cuántos falles en un partido. A veces entran solos; a veces por más que se haga la pelota no traspasa la línea. Eso se ha visto en el Barça - Alavés. Eso es lo que ha vivido, y volverá a vivir, Robert Lewandowski.
Porque hoy el polaco puede irse con una sonrisa a casa. Con el MVP del partido. Con dos goles, uno de penalti, que sirvieron para dar la victoria al equipo de Xavi. A un gris equipo de Xavi. A un equipo que, durante bastantes minutos, ni sabía qué hacía ni qué quería hacer ante los vascos.
Robert, por su parte, lleva ya tiempo en el punto de mira. Hay quien le ve que ya no. Hay quien piensa que la edad empieza a pasar factura. Hay quien nota que no es el que fue. Ya sucedió la pasada temporada, pues su segunda vuelta fue como fue en comparación con la primera. Sea como sea, esta temporada suma ya siete dianas.
Es segundo, empatado con otros tantos más, en la tabla de máximos goleadores del torneo. Por detrás de Jude Bellingham. Por detrás del inglés del Real Madrid. De un jugador que lleva diez dianas y a quien su equipo demostró no echar en falta ante el Valencia.
Cuánto le debe Gundogan a Robert
Lewandowski, como se dijo, puede irse con una sonrisa casa. Porque fue clave ante el Alavés. Porque de no ser por él a saber cómo estaría la figura de Xavi. A saber qué diría el técnico. Sus gestos, en la primera parte, se encargaron de adelantar todo. Nervioso. Sin respuesta. Sin ideas.
Sin reacción ante un equipo, el Alavés, que en el segundo 20 ya iba ganando. Porque Gundogan, que a saber qué cara tendría en el vestuario, erró cual infantil en la salida de balón con su equipo desordenado. La contra, directa a la red con un remate final de Samu Omorodion.
Él fue la cara y la cruz del Alavés. Porque lo hizo todo. Porque volvió loca a la defensa del Barça. Pero mientras los culés veían peligro muy posiblemente los vascos vieron que un partido que podría haber ido 0-3 al descanso seguía 0-1. Falló dos mano a mano ante Ter Stegen... y en el Atlético, su club, tanto vale lo que se marque como lo que no.
Mucho recorrido tiene, sin duda, y a saber si de aquí a una década estamos ante un delantero que, como Lewandowski, marque época en el fútbol. Robert, pasado y presente, demostró que quien tuvo y tiene sigue teniendo y tendrá porque la calidad en el remate no se marcha de un día para otro. Su remate en el empate fue, simplemente, caviar.
Un cabezazo celestial
El giro de cuello. El efecto que dio con la cabeza a la bola. La altura. La potencia del remate a un centro no demasiado potente. Todo, suficiente para batir al arquero del Alavés. Para dar alas a un Barça que se puso en modo remontada. Que activó lo que tanto le ha funcionado y le funciona este curso. Porque este Barça, por más que quiera o que pretenda ser, es lo que es.
Es un equipo de rachas. De momentos. De minutos. De que tanto puede ir perdiendo como ponerse ganando sin saber el rival qué es lo que ha sucedido. El penalti a Ferran, clarísimo, hizo el resto.
Lewandowski cogió la bola. Con calma. Con veteranía. Se dirigió a ella, se paró... y para dentro. Cero opciones hubo de parada. Por arriba. Potente. Imposible.
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Imposible no, pero más que complicado va a ser que el Barça, que este Barça, viva tanto en el alambre y sobreviva. El Alavés tuvo el empate al final del envite. Un final de infarto al que tan poco acostumbrados estaban en la Ciudad Condal... un final que abrazan cada vez con mayor frecuencia.