El movimiento ultra está más vivo que nunca y la Policía lleva tiempo avisándolo. Antes de los bochornosos hechos ocurridos en el estadio Metropolitano del Atlético de Madrid, una de las últimas batallas campales que se produjeron entre grupos ultras fue entre radicales de Osasuna que apalearon a uno del Betis después de enfrentarse con bengalas, barras y palos de futbolín.
Fue una quedada para pegarse que terminó en una macroperación policial con 84 personas detenidas. Pero este es solo uno de los muchos enfrentamientos que se han producido en este último año. Un joven terminó en coma apaleado por ultras del Numancia y en febrero un aficionado vallisoletano murió después de recibir un puñetazo de un ultra del Burgos.
El movimiento ultra está creciendo y está repartido por toda España. Los más activos son los jóvenes de entre 17 y 40 años extremadamente radicalizados, algunos animados por el auge reciente de la extrema derecha, que encuentran en el fútbol una publicidad que les da una repercusión que no tendrían en circunstancias normales.
Pero mientras sigan accediendo a los estadios, seguirán teniendo la droga que necesitan: atención y protagonismo.