Pocas sonrisas está habiendo en Mercedes esta temporada. Menos aún, si cabe, hay en el rostro de Lewis Hamilton. El inglés, heptacampeón del mundo, sigue sin subirse al podio esta temporada y de seguir todo así lo va a tener que pelear bastante para hacerlo en la que será última campaña en las filas de la escudería germana.
Porque en Japón se vio de nuevo que no. Que no están. Que él, particularmente él, no está ni mucho menos cómodo con el W15. Con un coche en el que tenían muchas esperanzas puestas y que conforme pasan las carreras se ve que está lejísimos de Red Bull y de Ferrari. Y que tampoco tiene las de ganar a la hora de batallar con McLaren y con Aston Martin.
En Suzuka, Hamilton terminó noveno. Por delante de él, Red Bull, Ferrari, McLaren, Fernando Alonso y George Russell, su compañero. Demasiados coches. Demasiados pilotos. Demasiado optimismo tenía Toto Wolff, su jefe, cuando dijo que podían haber llegado al podio con una estrategia diferente.
Lewis le ha llevado la contrario. Para él era prácticamente una misión imposible: "De haber llevado el neumático medio al comienzo nos quedaban dos duros que eran horribles".
"El coche iba bastante mal. Las gomas duras eran un desastre... y mirando hacia atrás quizá debimos haber guardado dos medios", insiste.
Según dice, se enfrentó a un "gran reto" en Japón: "Creo que tuve daños al comienzo cuando Leclerc me pasó por el exterior. Tuve mucho subviraje en el primer stint".
"No podía girar bien el coche... y por eso tuve que dejar pasar a Russell", dijo en referencia a un George que concluyó séptimo tras el Aston Martin de Fernando Alonso.