La gimnasta Amy Tinkler, que fue bronce en suelo en los Juego Olímpicos de Río se une a una larga lista de gimnastas que denuncian los acosos sufridos en los entrenamientos.
Su entrenadora Amanda Reddin, seleccionadora nacional de Gran Bretaña de gimnasia artística femenina, provocó que se obsesionara con el peso y para poder controlarla, la intimidaba.
Tinkler ha decidido romper su silencio y explicó en el 'Daily Mail' cómo vivía "aterrorizada": "Nada era suficientemente bueno para ella. Lo del peso empezó cuando yo tenía 13 años". "Si perdías peso, ella quería que perdieras más", añadía la medallista olímpica.
Cuando les hacían exámenes de peso, el día previo a subirse a la báscula, "no comía". "Bebía jugo de limón antes de dormir cada noche porque leí que el ácido quema la grasa en tu estómago mientras duermes. Antes de pesarme, no comía ni almorzaba ni cenaba el día anterior", ha explicado Tinkler.
Con tan solo 16 años logró llegar a los Juegos Olímpicos de Río de 2016, era la más joven del equipo, y fue quien llegó a la final y se hizo con el bronce. Sin embargo, hoy en día no quiere esa medalla, no a tan alto precio: "La medalla olímpica no valía la pena. Renunciaría a toda mi experiencia olímpica por no haber pasado nunca por esto, y porque no tuviera que hacerlo otra gimnasta. Nada vale la pena por lo que he pasado y por lo que todavía estoy pasando".
A pesar de haber logrado una medalla, los abusos no pararon. Dos años después se intoxicó con unos alimentos y tuvo que ser ingresada. "En 2018 estuve en el hospital. Cuando volví, Amanda dijo: 'Cualquier excusa para no entrenar', y luego Colin dijo: 'Bueno, al menos habrás perdido peso y te verás más delgada ahora, sólo trata de mantener ese peso'. Me elogiaron por estar enferma", ha explicado Tinkler.
Y todo esto son tan solo algunos ejemplos de los abusos que sufría. La gimnasta británica asegura que lo denunció al director de rendimiento de la Federación Británica de Gimnasia, James Thomas, pero que este no hizo nada al respecto.
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Los abusos y la obsesión por el peso, no solo le acarreó problemas físicos, sino que también psicológicos, unos problemas que aún arrastra hoy en día. "Quiero mejorar, lo estoy intentando. Es sólo... es un desastre. Incluso ahora apenas puedo mirar una báscula, tuvimos que sacarla de casa. Si me ofrecen una ensalada, me da un ataque de nervios porque mi cabeza está conectada a la idea de que me llaman gorda. Hace un año mis padres me preguntaron si quería una y me derrumbé", confiesa. Y así es, con la ayuda de psicólogos y psiquiatras está intentado lograr superarlo.