Carolina Marín dijo adiós entre lágrimas al sueño de medalla en París. La onubense, que iba ganando con holgura a su rival en semifinales del torneo de bádminton femenino, sufrió una lesión en la rodilla derecha cuando iba 10-5 arriba en el segundo set que hizo que no pudiera completar el encuentro.
Que hizo que el pabellón entero enmudeciera ante lo sucedido. Que todas las personas que estaban frente a sus pantallas viendo el partido sintieran lo mismo. Carolina, que ya ha sufrido con el ligamento cruzado y que se perdió por lesión Tokio, estaba fuera.
Entre lágrimas. De rodillas. Sin poder levantar la cabeza del suelo mientras su equipo técnico trataba de hacer lo imposible. Mientras que trataban de consolarla.
A saber cuántos minutos pasaron entre esa imagen y el momento en que abandonó la cancha. Quizá tres. Quizá cinco. Quizá más. Lo que es seguro es que el público presente en el pabellón jamás dejó de aplaudir. Jamás cesó en su ovación. Daba lo mismo la bandera. Daba lo mismo a quién se apoyase. La grada de Francia sabía y sabe de la grande de Carolina.
Se fue caminando
De la grandeza de una jugadora que tuvo un detalle final. Porque la ofrecieron abandonar en silla de ruedas, pero no. Ella no quería irse así de París. Ella quería irse caminando. Con dolor, con mucho dolor, pero caminando. Agradeciendo el apoyo al respetable.
Diciendo adiós de la manera más cruel posible a su sueño olímpico. A lograr metal en París. A revalidar lo logrado en Río que en Tokio no pudo ser por lesión.
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