Se celebra la Campaña Contra el Paro 2018 de Cáritas Madrid para animar a la reflexión sobre el compromiso de todos en la construcción de un modelo basado en la comunión, la solidaridad y la justicia social. La organización señala que siguen siendo testigos, desde sus acogidas parroquiales, de la situación de inestabilidad laboral que viven muchas personas en estos momentos. Un ejemplo de este fenómeno es lo que ocurre desde hace años en la Plaza Elíptica de Madrid.
Este enclave es un tradicional punto de contacto entre migrantes, generalmente en situación administrativa irregular, y empleadores para trabajar 'en negro'. El 'contrato' (inexistente) es para una jornada laboral, de duración incierta, cuyo salario puede oscilar entre los 20 y los 40 o 50 euros.
Así lo relata Eduardo, un migrante de Argentina que ha pasado meses utilizando este tipo de vía para ganarse la vida en España. Aunque ya está fuera de este circuito solía acudir de lunes a domingo a este punto hacia las 6 o 7 de la mañana, donde llegan a concentrarse grupos de unas 70 personas en torno a una cafetería, a la espera de la llegada de las furgonetas que les llevarán a su destino.
Los trabajos para los que se les reclama suelen estar relacionados con la construcción, como el acondicionamiento de viviendas o la recogida de escombros.
Sobre la elección de los candidatos hay diferentes versiones. Por ejemplo, que el 'empleador' inicia una 'subasta' para ver quién hace el trabajo por menos salario o que cuando llega la furgoneta los 'candidatos' se agolpan ante ella y compiten unos con otros para ser escogidos. Una vez que son seleccionados por los 'chóferes', son trasladados hasta el lugar de trabajo pero, generalmente, tienen que volver por sus propios medios.
No reciben comida, no tienen por qué parar para descansar y, en ocasiones, llevan su propia ropa de trabajo.
Eduardo tiene 29 años y llegó a España en 2014. Este bombero argentino vino como turista y no tenía papeles para trabajar. El 'boca a boca' le llevó hasta Plaza Elíptica y allí estuvo acudiendo todos los días durante un año y siete meses a las 6 de la mañana para emplearse. A pesar de llegar temprano, según comenta, en ocasiones, no se subía en una furgoneta para realizar alguna tarea hasta las dos o tres de la tarde.
"Un día me escogieron para acondicionar la bodega de una casa. Estuvimos trabajando sin parar, sin comer ni tomar agua hasta las seis de la tarde. No te atrevías a decir nada por temor a que no te pagaran. Me dieron 30 euros, diez menos de lo acordado cuando me recogieron", explica.
Entre empleador y empleado no media ningún papel ni ninguna prestación, así que si el trabajador sufre algún accidente, tampoco le ampara ningún seguro. "Trabajé con un jardinero y me caí de un árbol --relata Eduardo-. Lo que hizo fue llevarme a mi casa".
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