En pocos lugares fue tan devastador el impacto inicial de la crisis financiera como Islandia, donde su economía había crecido impulsada por los "vikingos de las finanzas".
Sus tres grandes bancos habían hecho fortuna endeudándose a niveles históricos, pero cuando Lehman Brothers quebró, el grifo del crédito mundial se cerró y el sistema se vino abajo.
El gobierno local decidió nacionalizar los bancos, pero en lugar de asumir sus pérdidas, los dejó quebrar. "La lección que podemos sacar de Islandia frente al caso de Grecia es que no hicieron pagar todo el coste de la crisis a la población. Le hicieron pagar a los banqueros y los inversores", explica Jorge Fonseca, profesor de Economía Internacional en la UCM.
Los propios islandeses rechazaron asumir las pérdidas de sus bancos ante inversores británicos y holandeses y los responsables pagaron también con cárcel, por lo que 36 banqueros fueron a prisión.
Es el relato de una forma distinta de afrontar la crisis en un país en el que también hubo costes sociales porque cayó el PIB, hubo recortes, subió el paro y 10.000 personas perdieron sus casas. Alicia Coronil Johnson, directora de Economía del Círculo de Empresarios, cuenta que "la mayoría de los islandeses tenían las hipotecas en divisas y al caer la moneda, la mayor parte de de la población se vio impactada en términos de pérdida de riqueza".
La corona islandesa se devaluó un 80% y pese al coste para el bolsillo de los islandeses, hizo su economía más competitiva, sobre todo en el turismo, que se disparó.
Una burbuja turística que ha provocado una nueva burbuja inmobiliaria y que supone una amenaza medioambiental.