La caída de António Salazar, el dictador que gobernó durante cuarenta años Portugal, se produjo literalmente cuando recibió al callista en su residencia de verano de Estoril y al sentarse se dio un golpe en la cabeza que le dejó impedido, por lo que fue sustituido y cuando se recuperó se le hizo creer que seguía siendo el jefe del Gobierno.
El escritor y periodista italiano Marco Ferrari cuenta en “La increíble historia de António Salazar, el dictador que murió dos veces” (Debate) la farsa organizada por sus ministros para hacerle creer que las cosas seguían igual, para lo que se convocaron reuniones de Gobierno simuladas, visitas de Estado y dándole ejemplares de prensa manipulados.
Tras la caída y debido a la gravedad de las secuelas, fue elegido para sustituirle el jurista Marcelo Caetano, exministro en varios gobiernos, y lo que parecía un relevo sin mayores consecuencias, hubo de replantearse tras la recuperación parcial del octogenario Salazar.
El ensayo recorre también los cuarenta años de gobierno de Salazar, surgido en 1933, las decisiones tomadas, el control de las colonias, la creación de la policía política secreta, la PIDE, que contaba con mas de 20.000 funcionarios y unos 200.000 informantes, los terribles centros penitenciarios en las fortalezas de las colonias. También se repasa las mujeres que hubo en la vida del dictador, que nunca se casó y se cree que murió casto, de las que la mas importante fue la institutriz que le atendía, María de Jesús Caetano Freire, y que tuvo una gran influencia en el dictador.
Marco Ferrari descubre la compleja personalidad de Salazar, un hombre tímido, antiguo seminarista, poco sociable, austero, muy religioso, que apenas viajaba y que solo salió fuera de Portugal en tres ocasiones para reunirse con Franco en España.
Ambos dictadores, aunque bastante distintos en lo físico, la formación y el carácter, se necesitaban. Salazar apoyó a Franco durante la Guerra Civil con hombres y suministros, aparte de ser uno de los primeros Gobiernos en romper con la República.
A diferencia de Franco o del dictador italiano Mussolini, su régimen no era intervencionista ni jugaba a movilizar amplias masas en actos de partido. Supo bandearse en la Segunda Guerra Mundial cediendo una base a los aliados en las Azores y vendiendo materiales a la Alemania nazi.
Según Ferrari, Salazar y Franco “se sentían investidos de una misión superior que pusiera coto al caos y la ruina combatiendo el extremismo y el comunismo. No es de extrañar que Franco siguiera el Consejo de Salazar de mantenerse al margen del segundo conflicto mundial.”
Con el proceso de descolonización de África, en los años sesenta, Portugal no concedió la independencia a ninguna de sus colonias, un imperio que abarcaba Guinea Bissau, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe, Angola, Mozambique, Goa, Timor Oriental y Macao.
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Los dos últimos años de la vida de Salazar fueron una gran obra de teatro representada por los verdaderos gobernantes. Al fin y al cabo, debían sus cargos al dictador más longevo de Europa que murió convencido de que seguía siendo el presidente indiscutible del Consejo de Ministros y el hombre más poderoso de Portugal.