Fati Dosso y su hija Marie, de 6 años, sólo buscaban una vida mejor en Europa. Túnez acabó expulsándolas al desierto que separa ese país de Libia. Allí han muerto de sed y de hambre. Su historia es la de muchos subsaharianos que se ven atrapados en ese infierno.
Al día, decenas de ellos son expulsados a ese árido e inhóspito desierto, tras ser detenidos en su camino a Europa, que justo acaba de "ayudar" con 900 millones al Gobierno tunecino para que "coopere" con la migración.
Algunos de estos migrantes, abandonados sin agua ni comida a merced de un sol asesino, se convierten en polvo. Sólo ayer los libios se encontraron a cinco sin vida, tras una deshidratación lenta y dolorosa.
Entre las víctimas de esta despiadada treta, Fati y Marie, una joven madre marfileña y su hija pequeña, se han convertido en todo un símbolo. Después de varios intentos de cruzar el Mediterráneo junto a su marido, acabaron en Túnez. Ellas en el desierto, de él no se sabe anda.
La supervivencia de estos cientos de personas depende casi de un milagro: de patrullas de Libia, no precisamente "santa" en esto de la migración, o de activistas que les rescaten. "Lo que hace la Unión Europea es renegar de miles de millones de euros a dirigentes y países donde no se respetan los derechos humanos. Nos están haciendo el trabajo sucio", explica Raquel González, coordinadora de Médicos Sin Fronteras.
"Violencia, detenciones ilegales: esto es el precio que estamos dispuestos a pagar en la UE", añade Francesco Pasetti, investigador principal de CIDOB. Cuando, consumidas por el sol de ese desierto, se pierden sonrisas como las de Fati y Marie, se pierden Europa y, dicen los activistas, su último atisbo de compasión.