El régimen talibán ha pueso en su punto de mira a las mujeres; su vestimenta, su libre circulación, su educación. Todos sus derechos se han visto afectados. Sin acceso a la enseñanza, el futuro es oscuro para tres millones de niñas como Rasheedi: "Deben reabrir las escuelas para niñas. Queremos estudiar". También, sin posiblidad de tener un trabajo digno. Safari era policía, ahora es obligada a limpiar en casas.
"Me encantaba mi trabajo, pero nos dijeron 'volved a vuestras casas, no queremos que las mujeres trabajen'", relata. Un informe de Unicef asegura que mantener a las niñas fuera de la escuela y a las mujeres del mercado laboral le cuesta al país el 2.5% de su Producto Interior Bruto. Los niños son otras de las grandes víctimas en Afganistán. El 53% de ellos sufren de malnutrición. "Mi hijo se está muriendo ante mis ojos y no puedo hacer nada", cuenta una madre desesperada.
Una pobreza extrema que obliga a 7 de cada 10 pequeños a trabajar en vez de ir a la escuela. Desde su regreso al poder se multiplican las detenciones arbitrarias. Torturas y ejecuciones para aquellos que han infringido los edictos talibanes, han colaborado con el anterior gobierno o no pertenecen a la etnia pastún. Más de 820.000 personas se han visto obligadas a emigrar.
Una persecución que afecta también a la libertad de prensa. Más de 80 periodistas han sido detenidos y las mujeres no pueden mostrar su rostro en la televisión afgana. Un año del regreso de los talibanes. Un año de involución social.
Recuerdos del horror
Hace justo un año el mundo entero se estremecía con las imágenes que llegaban de Afganistán. Los talibanes tomaban Kabul con una rápida ofensiva tras la desastrosa retirada de Estados Unidos. Los radicales llegaron diciendo que no eran los mismos de hace 20 años, pero nada más lejos de la realidad. Bastaron sólo unas horas de los talibanes en el poder para que cientos de afganos emprendieran un éxodo masivo de la capital.
La desesperación por salir del país llevó a muchos a aferrarse a aviones sin pensar en la fatalidad de su acción. Porque algunos acabaron precipitándose al vacío. Tomaron las pistas de aterrizaje, donde les vimos cómo se aplastaban, se pisaban unos a otros, con tal de subirse a un avión y huir de Afganistán. Muchos lo hicieron también en coche y a pie, jugándose la vida. Otros trataban de entrar en Pakistán.
Las inmediaciones del aeropuerto de Kabul se convirtieron para muchas familias en su hogar durante días. Estuvieron hacinados allí, a la espera de poder ser evacuados. Y fue allí donde dos atentados acabaron con la vida de cientos de civiles que esperaban para salir del país. Uno de ellos en la zona donde operaban militares británicos y estadounidenses. Precisamente en los soldados fueron en quienes muchas madres afganas confiaron el destino de sus hijos.
Todo para que comenzaran una nueva vida lejos de un país en manos de talibanes, a los que vimos cómo, en medio del caos latente, mataban el tiempo en el gimnasio o divirtiéndose en un parque de atracciones mientras trazaban un gobierno basado en la sharía, en el que no había cabida para las mujeres, al contrario de lo que prometieron, con un régimen que poco a poco ha ido borrando su rastro de la sociedad afgana.