En poco más de una semana, coincidiendo con la marcha de Estados Unidos del país, los talibanes han tomado prácticamente por completo el control sobre Afganistán. Una cuestión que está provocando un auténtico drama humanitario en todo el territorio, con unos efectos que ya empiezan a sufrir las mujeres. Precisamente ellas se encuentran entre los colectivos más afectados por el renovado poder de los talibanes.
La razón: la llegada de estos a la dirección del país supone un retroceso en cuanto a los derechos en materia de igualdad de género adquiridos a lo largo de las últimas décadas. Y prueba de esta problemática ya tiene rostro y nombre propio; el de Clarissa Ward, la periodista estadounidense que se encuentra actualmente en Afganistán.
Esta conocida reportera se ha vuelto viral por una imagen en la que aparece ofreciendo la última hora sobre lo que sucede en el país, pero envuelta en un velo islámico, con su cuerpo y su pelo cubierto. Con la ley islámica que imponen grupos como los talibanes, las mujeres están obligadas a ocultar su cuerpo. No obstante, la propia Ward ha querido matizar las afirmaciones que se han hecho en las últimas horas sobre su indumentaria.
"No es del todo cierto. En la primera foto estoy dentro de un recinto privado; en la segunda, en las calles de los talibanes en Kabul. Siempre usé un pañuelo en la cabeza en la calle, aunque no con el pelo completamente cubierto y abaya. Así que hay una diferencia, pero no tan marcada", ha expuesto la periodista en redes sociales.
En todo caso, con la norma islámica las mujeres solo pueden mostrar una parte de su cara mientras no deje al aire el pelo y el cuello, siendo obligadas a vestir esto siempre que se encuentren en presencia de hombres. En este caso, se va más allá: las mujeres afganas ya están comenzando a vestir un 'burka', que les cubre desde la cabeza a los pies, pudiendo dejar visible únicamente una pequeña abertura en los ojos.
Con esta ley islámica, la mujer afgana pasará nuevamente a ocupar un rol secundario y dependiente en todos los sentidos de los hombres. No podrían usar cosméticos ni participar en según qué tipo de actividades -de ocio o deportivas- si no cuentan con el consentimiento de su marido, entre otros muchos derechos perdidos. Y es que, con este tipo de normas religiosas, la mujer queda relegada a un plano menor, aislada nuevamente por una conciencia colectiva de lo más machista.