Los ultras celebran su victoria, ya que con sus protestas han conseguido que el Gobierno ceda. Asia Bibi, la mujer cristiana acusada de blasfemia, no podrá salir del país. A cambio, los radicales llevan su lucha de la calle a los juzgados: recurren la absolución de Bibi y piden la horca.
Para los defensores de los derechos humanos la sentencia de muerte ya está firmada. Bibi corre grave peligro en Pakistán. Ya han intentado matarla en la cárcel, donde sigue encerrada. Y en la calle le espera una sociedad extremista que apoya el máximo castigo a la blasfemia. El islam es religión de estado en Pakistán y vertebra sus leyes. Por eso, la decisión del Supremo de absolver a Bibi es histórica.
Se basan en que no hay pruebas contra ella. Todo empezó cuando Bibi bebió de un cubo de agua. Un grupo de mujeres consideró que la había mancillado, porque Bibi es cristiana. Ahora ellas no podían beber. En esa discusión, le acusaron de insultar a Mahoma. Tras una paliza y ante una horda que pedía su muerte, Bibi confesó, obviamente, bajo coacción.
Su abogado ya ha tenido que abandonar el país por miedo a represalias. Al menos 65 acusados de blasfemia en Pakistán han sido asesinados en los últimos 30 años y hay decenas de personas a la espera de ejecución en el corredor de la muerte.