El seísmo, de 7,1, derrumbó al menos 44 edificios de la ciudad provocando fugas de gas en las calles y un fuerte hedor que sacudía a los ciudadanos, que acudían prestos con cuerdas, ropa y agua para ayudar a los equipos de rescate.
La gente se agolpó junto a los edificios derrumbados, cubriéndose las caras con sus manos a causa del fuerte olor a gas, mientras preguntaban por familiares atrapados. Las autoridades fueron cortando las calzadas y pidiendo con megáfonos que la gente despejara las calles y se trasladara a los parques, hoy más que nunca pulmones en una ciudad histérica.
Mientras, los helicópteros sobrevolaban a baja altura coordinando los trabajos de las autoridades federales, la armada y el ejército mexicano, que arribaron a los lugares de extrema destrucción. El edificio 286 de la avenida Álvaro Obregón quedó completamente destruido al igual que otros en la colonia Roma, arrastrando escombros y polvo sobre el aire y cristales rotos alrededor de las aceras. Los equipos de rescate tratan de sacar a los ciudadanos atrapados bajo los escombros, y las autoridades aconsejan a los ciudadanos que se alejen de los centros de la calle.
Muchas personas, en lugar de hacer caso, acudían a las tiendas y restaurantes para pedir o comprar agua y vendajes, así como ropa. Surcaban las calles con los víveres como podían entre el caos de los vehículos que hoy autogestionaron su circulación tras el apagón de los semáforos.
Una decena de personas del equipo de rescate trabajan a buen ritmo en los escombros, picando el techo destruido del edificio. A cada rato que sacaban a alguien las personas aglutinadas alrededor aplaudían esperanzadas. Otras, continuaban desoladas esperando a que se mencionara el nombre de uno de sus familiares.