Como cada 27 de enero, la música rompe el silencio frío de Auschwitz. Se cumplen 73 años de la liberación del campo y al fondo la niebla recorta las sombras de sus últimos supervivientes.
Uno a uno se acercan e iluminan con velas los cientos de nombres de aquellos que no han vuelto a ver. Es su manera de rendirles homenaje. A solo unos metros, ella, la vieja vía del tren, testigo y cómplice del genocidio.
Hoy por aquí ya solo cruzan los turistas., más de dos millones en 2017. "Aquí pueden ver las letrinas originales: 22 inodoros para todo el edificio", relata Pawel Sawiki, guía del campo de concentración de Auschwitz
El único museo del mundo capaz de convertir un montón de maletas, o de zapatos en un símbolo. "Me pregunto cómo pudo ocurrir una guerra como esta", se pregunta una turista.
En medio de los turistas, se cuelan desapercibidas historias como la de Wakla Dlugoborski, la primera vez que estuvo aquí tenía 18 años: "Durante los primeros meses hubo mucha hambre, porque no recibíamos paquetes de comida. La gente moría de hambre, literalmente", cuenta este superviviente del holocausto.
Su testimonio, el de los supervivientes, es hoy tan valioso como estos barracones. Son cada vez menos, el tiempo no da tregua. Por eso cada año vuelven a reunirse para recordar para poner flores a sus recuerdos, pero sobre todo para pedir al mundo que no les olvide.