Progresivo y, sobre todo, voluntario. Así será el regreso a las aulas de los alumnos franceses a partir del 11 de mayo. Sin embargo, las encuestas señalan que el 63% de los franceses es contrario a la medida, y que dos de cada tres padres dicen que no mandarán a sus hijos a clase. Piensan que el riesgo de contagio por coronavirusaún es muy alto.
"Se lo diré claro, señor presidente [Macron] : no habrá regreso sin garantías sanitarias", ha aseverado al respecto Jean Yves Lalanne, alcalde de Billiers.
Lo que sí parece que será obligatorio es el uso de mascarillas en los transportes públicos. El Gobierno francés empezará a venderlas, de tela y lavables, en farmacias, supermercados, ayuntamientos y estancos a partir del 4 de mayo.
Precisamente ese día arranca la 'Fase 2' en Italia, con la premisa de que la salud es lo primero. Así que habrá medidas preventivas no exentas de polémica. Por ejemplo, que dentro de los comercios de 40 metros cuadrados solo podrá haber un cliente y dependiente a la vez, lo que pone en riesgo 315.000 puestos de trabajo.
Tiendas de ropa y zapaterías tendrán que desinfectar todo lo que haya sido probado y no comprado. Para los propietarios es algo imposible, por el alto coste de la maquinaria y porque podrían arruinarse las prendas.
Los italianos tampoco podrán moverse entre regiones, pero sí dentro de ellas. Muchos lo harán en transporte público, donde también se aplicarán estrictas medidas de seguridad: no habrá billetes físicos, se impondrá un sentido para la entrada y para salida y se escalonará el horario de entrada al trabajo.
Peluquerías y centros de estética podrían reabrir entre el 11 y el 18 de mayo. Estos establecimientos, considerados de alto riesgo, solo atenderán con cita previa, porque dentro sólo estará el profesional con otra persona. El espacio tendrá que ser desinfectado varias veces al día, y los utensilios después de cada uso.
Bares y restaurantes serán los últimos en levantar la persiana en Italia, probablemente el 18 de mayo, y obligados a reducir su aforo un 50%. Los empresarios, tras dos meses cerrados, temen que el público no quiera acudir a sus establecimientos por el miedo a "beber del mismo vaso que haya bebido otra persona o estar dentro de un local", según explica Gonzalo, que teme que muchos negocios como el suyo estén abocados a cerrar definitivamente.