Jovan vivía con su marido Khedr en una aldea cercana a Mosul (Irak). Su vida era completamente normal y, según cuenta a la BBCla propia Jovan, eran "completamente felices". Pero todo cambio en el verano de 2014, cuando terroristas de Dáesh llegaron a su aldea.
Los terroristas eran de un pueblo vecino y Khedr los conocía. De hecho los hombres les prometieron no hacerles daño si cooperaban, nada más lejos de la realidad. Precisamente ese verano Dáesh comenzó su expansión y comenzó a imponer su terror en Irak y Siria.
La familia fue obligada a abandonar la aldea con otras 20 familias. El miedo se apoderó de los aldeanos, y la mayoría de ellos aprovecharon una parada que hizo el convoy para huir. Se quedaron atrapados en la cordillera de Sinjar sin agua ni suministros, y murieron.
Jovan y Khedr pertenecen a una comunidad religiosa a la que los terroristas combaten con fuera: los yazidíes. Ellos decidieron no huir, y vieron cómo Dáesh imponía su horror en su comunidad. Los niños eran capturados y llevados a campos de entrenamientos, las mujeres fueron destinadas a ser esclavas sexuales y los hombres que no se convertían eran ejecutados.
Dáesh no cumplió lo prometido, y separó a Jovan y Khedr. La mujer junto a sus tres hijos fue llevada a Raqqa, en Siria, la capital del llamado califato de Dáesh. Allí fue asignada a un militante de Dáesh para casarse con él y convertirse al islam, un hombre tunecino apodado Abu Muhajir al Tunisi.
Jovan intentó huir varias veces, pero era imposible huir con sus tres hijos. "Pensé que sería mejor matarme, pero luego pensé en mis hijos y en lo que les pasaría si los abandonaba", cuenta la joven. Finalmente se dio por vencida y pensó que la mejor opción era convertirse al islam.
El terrorista le prometió cuidar de sus hijos, y se mudaron a una casa en Raqqa. Tras cinco meses de aparente tranquilidad, el calvario llegó cuando descubrió que estaba embarazada. Además cuando llevaba siete meses de embarazo le comunicaron que Abu Muhajir al Tunisi había muerto en una batalla.
Jovan dio a luz sola, ayudada por sus tres hijos. Los niños se sorprendieron al ver el aspecto tan distinto que tenía su nuevo hermano, pero tal y cómo cuenta su madre le quisieron desde el primer momento: "Lo cuidaron, especialmente Hawa, ella era mi hija pero también mi mejor amiga. Le daba de comer a Adam y lo acunaba hasta que se dormía", explica en BBC.
La vida en Raqqa no fue fácil: se mudaban cada dos por tres por los constantes bombardeos. Además era muy difícil conseguir comida pero Adam le daba fuerzas para seguir adelante: "Era magnético. Sé que no era de mi verdadero esposo, y su padre era un asesino, pero era de mi sangre".
Khedr seguía en Irak, e hizo todo lo posible por localizar a su esposa y sus hijos. Al final los rastreó a través de una red de traficantes de personas que estaban comprando mujeres y niños yazidíes de Dáesh y pudo comprar a sus tres hijos. Jovan se quedó dos años más en Raqqa ante el temor de que no aceptara a Adam.
El marido se enteró de la existencia del pequeño, y estuvo meses decidiendo que hacer. La religión de los yazidies es muy estricta y se estipula que los conversos no pueden regresar. Eso sí, las autoridades habían rebajado esa regla para las mujeres forzadas por Dáesh.
El problema venía con Adam. La religión no acepta a conversos, así que un niño solo puede ser aceptado si ambos padres son yazidíes. Las mujeres temían regresar y que sus hijos no fueran aceptados: "Algunas tenían más de un hijo con más de un combatiente y tenían mucho miedo de volver con sus familias", explica Jovan.
Al final Khedr aceptó a Adam, y le pidió que regresara a casa. Cuando llegó todo cambió, y su familia la presionaba para que abandonara a su hijo: "Comenzaron a hablarme sobre la importancia de nuestra religión y sobre cómo nuestra sociedad nunca aceptaría a un niño musulmán nacido de un padre de Dáesh", asegura en BBC.
La llevaron a un orfanato para que dejara a su hijo y decidió entregarlo para poder vivir con su familia. Día tras día saber que no puede estar con su hijo le tortura: "Todas las noches sueño con él. ¿Cómo puedo olvidarlo? Le di el pecho y es mi bebé. Te pregunto: ¿las mujeres como nosotras estamos equivocadas? ¿Nos equivocamos por extrañar a nuestros hijos?", cuenta.
Tras varias semanas decidió volver a por él. En el orfanato le dijeron que lo habían puesto en adopción. La tristeza le impidió volver a casa y se refugió en una casa de mujeres. Su marido se divorció de ella meses después, y le dijo que ya no podría ver a sus hijos.
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Khedr también ha dado su versión a la BBC: "Si yo fuera una mala persona, lo habría matado, pero no lo hice. Lo dejé vivir y pagué para traerlo aquí con mi esposa". Sus hijos piensan como él, menos la joven Hawa: "Ojalá pudiera regresar, pero también tenía derecho a echar de menos a Adam".