Era un sermón más en la pequeña pero animada comunidad de Sutherland Springs hasta que un joven lo convirtió en una masacre. Irrumpía vestido de combate y, rifle en mano, mataba a al menos 26 personas, entre ellas varios niños. Hirió a otros tantas.

Un vecino lo oyó, cogió su escopeta y le disparó cuando salía. Truncó su huida junto a otro hombre, que relata: "Le perseguimos por la carretera hasta que perdió el control y acabó en una zanja". Se había pegado un tiro después de llamar a su padre. En su camioneta, más armas, y eso que le habían denegado el permiso por problemas psiquiátricos.

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Devin Patrick Kelley fue expulsado con deshonor del Ejército del Aire por maltratar a su mujer e hijo. Parece que eligió esa iglesia porque era a la que acudía su familia política, a la que había amenazado. Mientras las vigilias y condolencias se suceden, los políticos demócratas piden que, de una vez, se endurezca el control de armas.

Sin embargo, el presidente Donald Trump no ve motivos para ellos. "Este no es un problema de armas, sino de salud mental", ha señalado el mandatario estadounidense. Otros, por su parte, piden plantar a policías armados en las iglesias.