Mary se enamoró de una mujer, y lo que más lamenta es habérselo confesado a un sacerdote. "Estaba sumida en culpabilidad y él se aprovechó de ello", relata.
Un cura le hizo creer que iría al infierno. "Si eres gay, vas al infierno: si vives una mentira, vas al infierno; y si te suicidas, vas al infierno". Su única salvación, según el padre James, fue hacer terapia.
En ella, el clérigo aprovechaba su secreto para realizar tocamientos y hablar de sus experiencias sexuales.
Pero Mary logró que la situación no fuera a más. Se lo contó a su familia, que no denunció los hechos, convirtiéndose así en una de las 1.000 victimas de los abusos en Pensilvania.
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Al obispo de Pittsburgh le acusan de encubrir estos casos. Aún así no dimite y se jacta de haber ayudado a las víctimas. "Las hemos escuchado cuidadosamente, hemos quitado a sacerdotes y hemos informado a la Fiscalía", asegura.
Otras voces dentro de la iglesia, como la del arzobispo de Dublín, piden mano dura contra los abusos e insisten en que no vale con un perdón. En un carta abierta, el papa Francisco se ha comprometido a proteger a los menores.