Ajeno a los selfies y memes que obsesionan al resto del mundo, el pueblo Baduy de Indonesia mantiene leyes ancestrales que prohíben el uso de la tecnología y restringen la influencia foránea para preservar su particular modo de vida.
En las boscosas montañas que rodean al volcán Kendang, al oeste de la isla de Java, esta comunidad de etnia sundanesaha decidido rechazar la electricidad, las carreteras, el jabón, los teléfonos inteligentes o la medicina moderna, entre muchas otras cosas que forman parte de la vida cotidiana de la mayor parte de la población del planeta.
Para protegerse del resto del mundo, el territorio Baduy está dividido desde hace más de un siglo en dos zonas: la Exterior, cuyas normas son relativamente flexibles y donde son acogidos los turistas, y la Interior, que contiene tres pueblos en los que se cumplen a rajatabla los mandatos de su fe.
En una rara visita ala zona más ortodoxa, cuyo acceso está prohibido a los extranjeros, se puede percibir el delicado equilibrio en el que viven los Baduy: entre las leyes del Estado indonesio y las costumbres de sus ancestros.
Estrictas normas
Un puente de bambú da paso al Interior, donde solo pueden entrar visitantes indonesios, siempre acompañados por un local y por tiempo limitado. En Cibeo, un pueblo de austeros hogares de bambú, madera y paja, impera un silencio que ni siquiera rompen las pisadas de los pies siempre descalzos de sus residentes, como manda la tradición. Allí, acudir a un doctor en vez de a un chamán, abrir una cuenta de Facebook o utilizar un automóvil pueden acabar en la expulsión de la comunidad.
Además, la armonía con la naturaleza es un mandato divino en la aldea: los animales de cuatro patas no deben ser cazados y el curso del agua no puede desviarse, por lo que las casas se alinean a lo largo de un arroyo donde se lavan los utensilios y la ropa.
Ayah Naldi, uno de los lugareños, asegura que cada año dos o tres residentes abandonan la zona interior o son expulsados por romper las reglas, aunque mantienen lazos familiares y comerciales, y acuden a las celebraciones tradicionales.
"No estoy preocupado porque se pierda nuestra cultura, cuando se lo pedimos a nuestro líder, podemos ser libres y vivir afuera, pero si nacemos (y permanecemos) en Baduy Interior, cumplimos las normas", comenta Naldi enfundado en la túnica y turbantes blancos de los Baduy ortodoxos.
Vivir entre dos mundos
Hoy en día, cerca de 1.500 personas viven en Baduy Interior y unas 12.000 en Baduy Exterior, donde hay más de 60 poblaciones. Mientras que cientos de personas han abandonado ambos territorios, son muchos los que viven a caballo entre ambos mundos.
Uno de ellos es Mursid, de 25 años, que creció en Cibeo y a los 16 años, tras visitar con frecuencia a parientes en el exterior, pidió permiso al líder del pueblo y a sus padres para abandonar su aldea natal y así relajar las imposiciones de sus ancestros. "Quería ser libre y no había ninguna mujer", cuenta Mursid.
Pese a vivir en la zona exterior, el joven visita con frecuencia a sus padres en Cibeo. Fuera, complementa sus ingresos como agricultor vendiendo bolsos artesanales en Instagram y Shopee, herramientas modernas que le estarían vetadas en su pueblo natal.
Una tribu que se enfrenta al desarrollo
La isla de Java es la más poblada del mundo con unos 140 millones de habitantes y es el núcleo económico de Indonesia. La llegada de Internet ha influido en uno de los pocos lugares del archipiélago donde hasta hace poco no llegaban las redes sociales.
Reconciliar las necesidades y aspiraciones de la gente con las normas y costumbres ancestrales es el mayor reto al que se enfrenta el pueblo Baduy, admite Sarikan, subjefe del pueblo exterior de Cipondok.
El tejido de ropa, la manufactura de bienes artesanales para turistas y el cultivo de algunos árboles frutales y de arroz son las principales actividades económicas de los Baduy en la rigurosa zona interior, lo que previene la sobreexplotación del monte y la naturaleza.
Por su parte la mayoría de los residentes del exterior tienen plantaciones fuera del territorio Baduy y el uso de tecnología o de teléfonos móviles es frecuente, a pesar de que las normas no lo permitan, pero Sarikan reconoce: "Somos humanos, y a veces se utilizan por necesidades económicas".