Berta Cáceres nunca se cansó de luchar. "No es un crimen defender nuestros propios derechos", afirmó. Lo hizo incluso amenazada de muerte.
Esta activista medioambiental indígena hondureña no estaba dispuesta a abandonar su camino. Su última lucha le valió el reconocimiento internacional con el premio 'Goldman'. "Despertemos humanidad, ya no hay tiempo", declaró cuando recogió el galardón.
Cáceres había conseguido parar los pies al Banco Mundial y a China cuando querían construir una presa en una zona sagrada para los indígenas. Sin embargo, su inagotable rebeldía tuvo un precio.
"Su camino ya estaba marcado, habían intentado asesinarla varias veces, era solo encontrar el momento", afirma Gustavo Castro, activista y testigo del asesinato de Berta Cáceres. Y ese momento llegó el 2 de marzo de 2016. Los sicarios entraron en su casa y la mataron a tiros.
Han pasado tres años. Hay siete condenados por el crimen, pero las ONG siguen exigiendo justicia. "Siguen sin llevar ante la justicia a los autores intelectuales", denuncia la activista Karen Rodríguez.
Berta Cáceres dedicó su vida a luchar por los derechos de los pueblos indígenas en Honduras, una lucha en la que, recuerda su hija, también tuvo que hacerse un hueco como mujer. "Se le acusó de ser mala madre porque no estaba siempre con nosotros", cuenta Laura Zúñiga, hija de Berta Cáceres.
Ahora el mundo le rinde homenaje y su familia, a pesar del miedo, porque como cuenta Laura Zúñiga, "la posibilidad de que te revienten la puerta es real", mantiene vivo su legado.