En la noche del 9 de noviembre de 1989, la olla a presión en la que se había convertido Alemania del Este estalló y una riada humana reventó la 'presa' que les había oprimido durante décadas.
Pero la brecha la había abierto, horas antes, un corresponsal italiano en rueda de prensa, preguntando y repreguntando sobre las prometidas nuevas regulaciones de viaje para los alemanes orientales. Así, llevó al portavoz del Gobierno a un anuncio balbuceante y que, de otra forma, quizá hubiera tardado. "Los ciudadanos podrán cruzar la frontera y viajar al exterior sin importar motivo ni destino", afirmó el portavoz del Gobierno de la RDA.
"Corrí a llamar a Roma y di la mayor primicia de la historia: el muro había caído. Me dijeron que me había vuelto loco", recuerda Ricardo Ehrman, excorresponsal de la Agencia ANSA en Berlín.
Pero no. 30 años después confiesa a un equipo de laSexta Columna que tuvo miedo de salir a la calle. "Me reconocieron, me dieron abrazos celebrándolo", cuenta Ehrman. En las horas y días siguientes, familias y amigos se reencontraron tras años separados.
Sin embargo, Berlín tiene, aún hoy, bien marcada la cicatriz que dejó la 'cuchilla' del Telón de Acero. Y la luce orgullosa: han dejado pequeñas partes de él en parques, murales conmemorativos y han llevado otras a lugares clave como la sede de la OTAN en Bruselas o la antigua metrópoli comunista, la misma Moscú. Mementos que hoy hacen gala de Memoria Histórica como antídoto contra el olvido y la involución.