John Loughrey, jubilado de 68 años, se va a tirar diez días durmiendo al raso, en una camilla, frente a la abadía de Westminster. Con mucha moral, con su propia 'corona' (pines y chapas por orfebrería) y con la 'Union Jack' siempre encima, bandera por chubasquero a ratos, ante la pertinaz lluvia londinense.
"Todo por el rey y por la Patria", dice este jubilado autoproclamado 'superfan de la Casa Real' británica. John es, oficialmente, el primero en hacer cola allí. Entre vítores y vivas al rey y la reina, se confiesa ansioso por que llegue el histórico evento de la coronación de Carlos III. Y por no perderse detalle, como no se perdió el funeral de su madre.
"Cuando salga, recién coronado, pasará justo por aquí. Le haremos la ola con las banderas", explica desde esa privilegiada posición.
Mientras llega el momento, hoy son él mismo y sus compañeros de 'acampada' los que se han convertido en atracción para turistas y medios de comunicación. A buen seguro, John será uno de los que se una al juramento en masa que desde la Abadía se propone a los británicos: "juro lealtad verdadera a su majestad, a sus herederos y sucesores según la ley; con la ayuda de Dios" se les anima a proclamar al unísono.
Ultiman también su propia demostración de lealtad, en ensayo general, los miles de tropas de las Fuerzas Armadas que desfilarán el sábado.
Rancio abolengo también el del trono (siete siglos de antigüedad) en el que se sentará el nuevo rey durante la ceremonia. Su 'cojín': la llamada Piedra de Scone, un bloque de arenisca que Eduardo II le arrebató a los escoceses en el XIV, tras derrotarlos, y que sólo se devolvió en 1996... a condición de usarla en las coronaciones. Llegó a Londres el sábado desde Edimburgo, donde normalmente la exhiben en el Castillo. Para que pueda estar en esta ceremonia, han dejado una réplica exacta en Escocia.
Todo listo también, en la más pura tradición británica, en pubs y tiendas de souvenirs: con cervezas conmemorativas, 'cookies', tazas de te, banderines, sellos, joyas...
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