La imagen no puede ser más angustiosa: tres hermanas sirias aguantan, a duras penas, entre los escombros de su casa derruida tras un bombardeo de Al Assad y su apoyo, Putin.
La más pequeña, de siete meses, está a punto de caer al vacío; su hermana Riham, de cinco, la agarra de la camisetita para evitarlo ante los gritos y lloros de su padre, que no puede llegar hasta ellas.
Riham está aprisionada, pero no suelta a su hermana en ningún momento y muere salvándola. Al final, todo se viene abajo y Tuka, la pequeña, es la única que ha sobrevivido.
Tan trágico como lamentablemente habitual; los civiles y quienes les atienden, denuncia Naciones Unidas, se han convertido en objetivos intencionados del Gobierno sirio y sus aliados, que están arrasando para hacerse con la zona de Idlib, el último enclave de insurgencia activa al noroeste de Siria.
Redoblada ofensiva que en sólo diez días se ha cobrado un centenar -largo- de vidas civiles y una treintena de niños y niñas. "Crímenes de guerra", en palabras de la ONU, ante la aparente indiferencia internacional.