Ana tiene 62 años y recuerda con nostalgia los 39 en los que vivió en Siria: "Hemos vivido muy bien, éramos muy felices, hasta que lo único que no podíamos imaginarnos pasó: llegó la guerra". Conoció a su marido en Madrid, pero enseguida se mudaron a Raqa, la que décadas después sería la capital del Dáesh.
"Los pusieron en la puerta y los mataron, había un chico de 8 años y un señor de 80 años y entre ellos jóvenes de todas las edades, y los fusilaron", añade Ana. Allí, el grupo impuso la radicalidad islamista: "Las mujeres no podían salir solas a las calles, tapadas con todo esto, con guantes, calcetines y no podían hablar en la calle. Al que veían con un cigarro le cortaban los dedos".
Con solo siete años, Houda, la nieta de Ana, estuvo a punto de morir. "Me dispararon, casi me llegan a la cabeza, pero como era un poco más baja me fui corriendo y no llegaron a meterme", relata la pequeña. Ante tal situación, en 2014, Ana, su marido y Houda huyeron.
Tras nueve meses en Noruega, llegaron a España. Enseguida comenzó la operación para traerse al resto de la familia. Tras contactos con las Embajadas en Damasco y Ankara, consiguieron huir.
"Cuando salimos dejamos la casa detrás de nosotros y la bombardearon los kurdos. Cogimos a los niños y salimos como locos sin mirar atrás", explica Ismael, el hijo de Ana. Consiguieron llegar a Estambul y de ahí a Madrid. El futuro es incierto, pero Ana, todavía no se lo cree: "Todavía estoy por las nubes".