Vladimir Putin llegó al poder en el año 2000. Desde entonces, aquellas personas que han osado oponerse a su Gobierno han sido señaladas, algunas de ellas muriendo en extrañas circunstancias.
Aleksandr Litvinenko, antiguo agente del KGB, denunció la corrupción en el Kremlin y se exilió en Londres, donde fue asesinado con polonio en 2006. La justicia europea concluyó que su muerte fue probablemente ordenada por Putin.
El propio Litvinenko había acusado a Putin de ordenar el asesinato de Anna Politokvskaya, la periodista más crítica con el presidente ruso, que fue asesinada de un tiro en la cabeza. Cinco personas resultaron condenadas por el crimen, pero sigue sin desvelarse quién lo encargó.
Mijaíl Jodorkovski era el hombre más rico de Rusia... hasta que desafió a Putin. Tras denunciar la corrupción en el Kremlin, fue condenado a nueve años de cárcel. Peor suerte corrió el también multimillonario Borís Berezovski, que se convirtió, exiliado en Londres, en el opositor más feroz a Putin. Sobrevivió a varios atentados y murió ahorcado en 2013.
Acribillado a balazos al lado del Kremlin murió en 2015 Borís Nemtsov, gran rival de Putin cuya muerte nunca se ha esclarecido. Desde entonces, se ha convertido en símbolo de la Rusia que se rebela contra la tiranía. El también disidente Nikolai Glushkov murió de forma misteriosa en 2018.
Más recientes han sido los intentos de envenamiento de los opositores Vladímir Kará-Murzá y Alekséi Navalni, que, desde la cárcel, sigue llamando a sus compatriotas a la rebelión.