"Hice un juramento ante Dios de ejercer una justicia imparcial. Soy profundamente religioso, mi fe me define". Contrariado y debatiéndose hasta el último momento entre hacer lo correcto o ser leal a su partido, el senador republicano Mitt Romney anunciaba así su decisión de votar en contra de Donald Trump en el 'impeachment'.
"El presidente pidió a un Gobierno extranjero que investigase a su rival político", aseguró Romney, que reconocía que Trump abusó de su poder. "Fue un asalto flagrante a nuestros derechos electorales, nuestra seguridad nacional y nuestros valores fundamentales. Corromper unas elecciones para mantenerse en el cargo es quizás la violación más abusiva y destructiva del juramento de un cargo que puedo imaginar", sentenció.
El senador por Utah hacía historia al votar en contra de su propio signo político aún siendo consciente de las consecuencias personales. "Estoy seguro de que el presidente y sus seguidores me insultarán", adelantó. No se equivocaba: poco después de ser absuelto de los cargos presentados contra él en el juicio político, Trump subía un vídeo a Twitter en el que se refería a Romney como "la baza del Partido Demócrata" y le tachaba de traidor y fracasado.
Romney se presentó a las elecciones contra Obama en 2012 y se opuso a Trump durante las primarias republicanas de 2016, lo que ya entonces le costó los insultos y el desprecio del magnate. Cuando ganó las elecciones a Hillary Clinton, sin embargo, rectificó y llegó a sonar como secretario de Estado.
Dejando de lado su desafiante gesto, el 'impeachment' siguió el guion previsto: el resto de los republicanos respaldaron a Trump y los demócratas votaron a favor de destituirle. Así, no se alcanzaron las dos terceras partes de los votos requeridos para destituir al presidente ni por abuso de poder ni por obstrucción a la Justicia.
Un nuevo varapalo para los demócratas, muy tocados tras hacer el rídiculo en Iowa, que ven ahora a Trump con más impunidad que nunca. Mientras, el presidente se ve con vía libre para perpetuarse en el poder.