Por su tamaño podría ser la cuarta ciudad más grande de Bangladesh. Aunque más que una ciudad es una enorme y precaria sala de espera.
Bajo techos de plástico, viven 700.000 personas de la etnia rohinyá. Llegaron a estas colinas huyendo de la violencia de la vecina Myanmar.
"Me enfrenté a muchas dificultades y miserias, arrastrándome por la frontera para venir aquí, Lo hice por mis hijos", explica Abdus Salam.
El 25 de agosto, fuerzas armadas de Myanmar iniciaron una operación militar contra esta minoría mulsulmana: homicidios, violaciones, secuestros. Una auténtica limpieza étnica, según Naciones Unidas. Poco a poco les fueron expulsando del país y arrasando sus aldeas.
"La gente sigue cruzando a Bangladesh a un ritmo de mil por semana. esto habla por si mismo del miedo y la continua amenaza de violencia que siguen padeciendo", destaca Simon Ingram, jefe de Comunicación de Unicef.
Pero Las condiciones de vida en estos campamentos cada vez son más insoportables, hay demasiada población para unos refugios tan endebles, donde empiezan a extenderse enfermedades como la difteria.
"Al menos aquí podemos dormir profundamente, con los ojos y oídos cerrados. en myanmar no podíamos dormir por la noche, por miedo", asegura Halima Begun.
Presionado por la ONU, Myanmar se ha comprometido a facilitar el retorno voluntario de estos refugiados pero de momento sigue sin tener garantías. Por su parte, Bangladesh propone recolocar a los rohinyas en esta isla abandonada a 30 kilómetros.
Mientras los campamentos sigue engordando, intentando hacer hueco a la fuerza a este enorme pueblo sin tierra.