El sarampión tiene en jaque a Nueva York. "Hemos declarado la emergencia de salud pública", ha declarado el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio.
En 2017 solo hubo dos casos en esa ciudad pero en lo que llevamos de 2019, ya van alrededor de 300. Todo se debe al auge del discurso antivacunas. Por eso ahora el Ayuntamiento obliga a ponérselas. Quien no lo haga se enfrenta a multas de casi 900 euros y los niños no podrán ir al colegio.
"No podemos permitir que esta enfermedad peligrosa regrese a Nueva York", ha asegurado el alcalde. El brote se concentra en la comunidad judía ortodoxa de Brooklyn, especialmente reticentes a las vacunas y no solo por motivos religiosos. Allí circula un panfleto que vincula las vacunas con el autismo. Un bulo desmontado hace años por la ciencia pero que se sigue difundiendo.
Tampoco creen que las vacunas funcionen y se plantean incluso demandar al Ayuntamiento por obligarles a inmunizar a sus hijos. "La prevención no es motivo para inyectar toxinas en el cuerpo de mi hijo", afirma una defensora del movimiento antivacunas.
Otros incluso creen que contraer esas enfermedades es bueno porque hace a los niños más fuertes. Por eso organizan 'fiestas del sarampión' para que los niños se contagien entre sí. Un peligro, según las autoridades sanitarias.
Recuerdan que el sarampión puede provocar daños cerebrales. Luchan contra los bulos sanitarios en redes sociales que generan rechazo a las vacunas.
Es lo que le pasó a la madre de Ethan Lindenberger, activista a favor de las vacunas en EEUU. "Mi madre es una antivacunas", afirmó. Por eso nunca se las puso, pero al cumplir los 18 años se rebeló y fue a vacunarse.
Decidió contar su caso en el Congreso para exponer el riesgo del discurso antivacunas: bulos amparados por el propio Trump cuando era candidato que están haciendo resurgir enfermedades casi erradicadas.