Su designación, que aún debe ser confirmada por el Senado, se debe a la salida del secretario de Estado, Rex Tillerson, cuyo despido por parte del presidente Donald Trump ha motivado un baile de fichas en el Gabinete que ha llevado al hasta ahora director de la CIA, Mike Pompeo, a asumir la cartera de Exteriores. La dirección de Haspel supone un hito en la historia de la CIA ya que, por primera vez en sus 70 años de historia, la emblemática agencia de espionaje podría contar con una mujer al frente.
Haspel, que ejercía de mano derecha de Pompeo desde que fue nombrada subdirectora de la Agencia, cuenta con un perfil mucho más técnico que el de su ya exjefe puesto que, a diferencia de Pompeo, a quien se le considera un personaje mucho más político, ella cuenta con una dilatada trayectoria en el mundo de la Inteligencia. Desde que ingresó en la CIA en 1984, Haspel fue escalando posiciones, llegando a ostentar los cargos de subdirectora del Servicio Nacional Clandestino, tanto en el país como en el extranjero. Su dedicación le valió numerosos reconocimientos a su trayectoria profesional, como la medalla de Inteligencia al Mérito Civil o el premio George H.W. Bush a la Excelencia en Labores de Contraterrorismo.
En este sentido, su expediente es intachable. "Ha demostrado ser una líder con una extraña habilidad para conseguir que las cosas sean hechas y para inspirar a aquellos que la rodean", dijo de ella el propio Pompeo cuando la nombró subdirectora de la CIA, en febrero del año pasado. Sin embargo, es precisamente esa "habilidad" a la hora de conseguir resultados la que preocupa a los sectores más humanitarios del país. Durante su larga trayectoria en la agencia, Haspel ha acumulado "una extensa trayectoria en el extranjero", según un documento de la CIA, y es precisamente aquí donde comienza la controversia.
La prensa nacional se hacía eco de cómo, supuestamente, Haspel fue la máxima responsable de una prisión secreta en Tailandia, que fue abierta por el Gobierno estadounidense poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y a la cual fueron trasladados varios presuntos terroristas islamistas. Con el paso del tiempo, algunos de estos supuestos yihadistas fueron trasladados a la prisión de Guantánamo (Cuba) donde aguardan un juicio que, según algunos expertos, nunca llegará debido a las graves torturas que sufrieron en Tailandia y que impiden que Estados Unidos se plantee siquiera hacerlos comparecer ante un tribunal.
La CNN incidía en que algunos informes apuntan a que Haspel no sólo dirigió dichas torturas, que incluían prácticas como el ahogamiento simulado, sino que incluso habría participado en ellas. Además, Haspel ha sido acusada de haber eliminado todas las pruebas que estas prácticas inhumanas habrían dejado tras de sí. Estas acusaciones, sin embargo, en vez de haberle supuesto un inconveniente en su carrera, podrían haber sido el espaldarazo definitivo que necesitaba, puesto que el presidente Trump se ha mostrado en numerosas ocasiones a favor de emplear cualquier recurso en nombre de la seguridad nacional.
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De hecho, en su reciente discurso sobre el Estado de la Unión, Trump hizo una férrea defensa de la prisión de Guantánamo, lo que supone un giro radical con respecto a la anterior Administración que había abogado por clausurar este polémico centro de detención. Desde su primer día en el Despacho Oval, el expresidente Barack Obama (2009-2017) defendió la necesidad de cerrar este presidio y de volver a la senda del respeto a los derechos humanos, sin embargo, no pudo cumplir su promesa y sólo logró reducir la población carcelaria de 242 a 41 presos con traslados terceros países.