El avión que despegó de El Prat, Barcelona, hacia Dusseldorf , Alemania, nunca llegó a su destino. 40 minutos después de su salida se perdió la señal del vuelo. Durante minutos, los controladores intentaron contactar, sin éxito, con los pilotos.
Andreas Lubitz, copiloto del avión, se había encerrado en cabina, aprovechando que el piloto estaba en el baño. A bordo, las cajas negras recogían los momentos de tensión.
Lubitz había desactivado el piloto automático, se había hecho con los mandos del avión para iniciar un descenso precipitado. Minutos después, lo estrellaba en los Alpes franceses.
Las labores de identificación tardaron dos meses y finalmente as investigaciones confirmaron que se trataba de un suicidio. Con él mató a 149 personas, entre ellas 47 españoles.
Este siniestro puso en duda la seguridad aérea. Lubitz, declarado único responsabledel suceso, estaba de baja médica por depresión cuando estrelló el avión. ¿Cómo había conseguido volar ese día y hacerse con el control del aparato si tenía trastornos psíquicos?
El suceso también cuestionó el funcionamiento de los sistemas de apertura de cabina. Cuatro años más tarde, la Agencia Española de Seguridad Aérea, confirma que no se ha tomado ninguna medida para impedir que la cabina pueda bloquearse desde dentro.
Tampoco es obligatorio que haya siempre dos personas en cabina. Una decisión que sigue dependiendo de las operadoras.