Israel e Irán llevan años librando una guerra silenciosa, la que se desarrolla en el ciberespacio, el lugar perfecto para atacar sin límites de manera anónima.
Ambos manejan una tecnología muy avanzada, pero Israel está a la vanguardia. En 2010, Israel consiguió acceder al sistema de control de una central iraní, creando un virus de una potencia sin precedentes. Fue uno de los mayores ataques cibernéticos de la historia del país.
Diez años después Irán intentó atacar una planta de tratamiento de agua israelí. Su objetivo era aumentar los niveles de cloro y si hubiese tenido éxito, podría haber dejado sin agua potable a cientos de miles de personas.
Teherán aprovecha, además, cada año, el último viernes del Ramadán para lanzar ataques cibernéticos y manipular cámaras de seguridad, sirenas de alerta e infraestructuras como el Instituto Tecnológico israelí.
A su vez, este ha intentado en varias ocasiones perturbar el funcionamiento de la República Islámica, atacando industrias e infraestructuras públicas para evitar que Irán adquiera armas nucleares y misiles avanzados.
El último ataque registrado tuvo lugar la semana pasada a sitios web israelíes por parte de un grupo que los expertos vinculan con Moscú. Esto podría destapar una posible colaboración de Rusia con Irán, marcando un punto de inflexión en una ciberguerra que se ha visto intensificada en los últimos seis años.
Y aunque normalmente no causan daños irreversibles, sí envían mensajes más que claros al enemigo. Una especie de guerra psicológica, apuntan los expertos, con la que influir en la opinión pública.