La violencia en Brasil está disparada a pocos días de que se celebren las elecciones presidenciales en el país el próximo domingo. En menos de una legislatura, la liberalización promovida por el presidente Jair Bolsonaro ha provocado que ya haya más civiles armados que policías con arma reglamentaria: 673.000 contra 406.384.
Bolsonaro es un amante confeso de las armas. Le hemos visto disparando en campos de tiro, emocionado: "Esto es EEUU. Esto es lo que quiero para mi Brasil", decía en 2017 tras foguear una diana. Durante su presidencia lo ha conseguido mediante decretos que han facilitado el acceso a pistolas y revólveres. "El pueblo armado jamás será esclavizado", ha asegurado.
Pero armar hasta los dientes a la población tiene sus consecuencias. La violencia ha empañado la campaña electoral con asesinatos a sangre fría de uno de sus seguidores a un simpatizante del expresidente y candidato Lula Da Silva. Y hace unos días otro fanático del presidente asesinaba a puñaladas a un rival político. De hecho, el propio Lula tiene que llevar chaleco antibalas y hasta cincuenta escoltas. La policía federal ha alertado del peligro inminente para su vida.
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Es tal el temor de nuevos asesinatos de odio político, que el Tribunal Supremo ha limitado la venta de armas: sólo podrán hacerlo personas que demuestren motivos profesionales o personales para ir armado. El propio Bolsonaro sufrió el terror en su carnes. Fue apuñalado en la campaña electoral de 2018.