¿Sabes cuánto tiempo se tarda en morir de hambre? Al contrario de lo que podamos pensar es un proceso largo, acompañado de mucho sufrimiento. Sin oxígeno apenas duramos 10 minutos. Sin alimento, la tortura puede durar meses. Primero tu cuerpo quema toda su glucosa. Después ataca su tejido graso. A partir de ahí, cualquier cosa puede llevarnos al final. Hoy más de 8.000 niños han pasado por este proceso y están a punto de fallecer.
En 2022 tres millones de personas murieron de hambre. Sólo en lo que va de 2023 esta lacra se cobra una vida cada 28 segundos en el Cuerno de África. Somalia está al borde de la hambruna. Kenia se resiste a declararla porque teme que perjudique su imagen internacional y ponga en jaque al turismo, su motor de progreso. Y no son los únicos. Cada vez se desdibuja más el objetivo Hambre Zero de Naciones Unidas para 2030.
Hasta 2020 las estadísticas vinculadas al hambre se mantenían en un ligero pero firme descenso. Son las llamadas tres ‘C’ las que están poniendo a millones de personas al borde del precipicio. La persistencia de las consecuencias del COVID, los conflictos y el cambio climático han provocado una tormenta perfecta que ha disparado todos los marcadores.
El antes y el después lo marcó la pandemia y la crisis económica que llevaba adosada. Un arma letal para las comunidades más pobres del planeta. “En algunos países africanos el hambre estaba controlado, pero todo cambió con el COVID”, asegura la presidenta del Comité de Emergencia Español, Susana Atienza Borge.
Los conflictos, marcados especialmente ahora por el de Ucrania, y la emergencia climática con fenómenos meteorológicos cada vez más extremos retroalimentan una espiral que ha llegado a multiplicar las tasas de malnutrición y desnutrición por seis. El último informe mundial de la Red Global contra las Crisis Alimentarias concluye que 258 millones de personas, un cuarto de billón, de 58 países, han sufrido inseguridad alimentaria aguda en 2022 y necesitan ayuda urgente. Son 65 millones más que en 2021.
Los países que conforman la región del Cuerno de África junto con la zona del Sahel han sido los grandes afectados. Sólo Somalia acapara el 57% de esos 258 millones. Haití, Afganistán, Congo, Yemen, Siria o Sudán, con conflictos internos extremadamente violentos y mantenidos en el tiempo, se unen también a este grupo de países en los que el hambre extrema se impone cada vez con más fuerza. En América Latina y el Caribe, 17,8 millones están expuestos a altos niveles de inseguridad alimentaria aguda.
Viaje al
epicentro del hambre
laSexta se ha trasladado hasta uno de los epicentros de esta terrible crisis, quizás el más llamativo: Kenia, centro económico y comercial de África oriental. Para muchos, referente de los safaris y la vida salvaje y, ahora, también tocado por estas tres ‘C’ (COVID, cambio climático y conflictos) y al borde del desastre. La gravedad de la inseguridad alimentaria aguda, que aumentó del 21,3% en 2021 al 22,7% en 2022, subraya una tendencia al deterioro a nivel global.
Como en el resto del mundo, la inflación en Kenia se ha disparado en los últimos cinco años y eso ha impactado directamente en los precios y en la capacidad adquisitiva de su población. Además, son países con una característica común, asegura Lourdes Benavides, experta en clima y crisis alimentarias de Intermón: “Sus gobiernos dependen de la importación para sobrevivir, para alimentar a su pueblo. Como a nosotros, la pandemia les obligó a aislarse, a salir adelante solos, y eso reventó su economía”.
Imágenes del mercado de Kilifi en un distrito al sur de Kenia.
Visitar mercados como el de Kilifi, un distrito al sur de Kenia, es la mejor forma de tomar el termómetro de su economía. Allí hablamos con Shila, una mujer que lleva casi 10 años trabajando en la zona. Enseguida se percibe que está desesperada, hay frustración en sus palabras. Tiene un pequeño puesto de fruta y verduras con el que siempre había conseguido salir adelante. Hasta ahora. No le cuesta trabajar, nos dice, lo hace más de doce horas seguidas, pero antes merecía la pena y, al menos, ganaba 24 euros al día. Una cantidad que allí supone un sueldo más o menos digno con el que podía invertir en género nuevo y dar de comer a sus hijos. Ahora, en un día bueno no consigue más de seis euros. En muchas familias eso supone no tener ni para una comida al día. Pero lo peor fue el cierre de colegios.
En estos países las escuelas no son sólo centros de educación. Protegen a los niños de caer en grupos terroristas, de sufrir abusos; a las niñas del matrimonio infantil y, cómo no, de morir de hambre. Su paralización durante meses supuso una catástrofe nacional.
Judit lo pasó muy mal cuando tuvo que quedarse en casa sin trabajar y con sus tres hijos. Sabía que dos de ellos, en edad escolar, tenían asegurada una comida diaria: un poco de avena, agua y azúcar para los más pequeños y 150 gramos de maíz y 50 de alubias para los más grandes. Pero con el COVID los colegios cerraron y con ellos también los programas contra la malnutrición. “Fueron tiempos muy difíciles”, detalla, pero, incluso ahora, cuando supuestamente hemos vuelto a la normalidad, no es capaz de conseguir dinero para comer todos los días. Se levanta a las cuatro de la mañana para trabajar. Primero hace comida para vender en la calle. Después coge su máquina de coser y continúa la jornada hasta la noche.
Judith nos abre las puertas de su casa en Kenia. | Uno de los tres hijos de Judith intentando dormir en su casa.
Hablamos con ella de la mano de Aldeas Infantiles SOS y cuando le preguntamos cuál es su dieta nos señala un enorme bote de plástico amarillo donde sólo hay harina de maíz. Es lo único que puede comprar. Calienta un poco de agua y con eso hace una enorme bola de pasta que cuesta tragar. A veces consigue cuatro o cinco judías sueltas con las que hace una especie de salsa. Eso es lo único que le permite no acostarse con el estómago vacío por las noches. El resto del día utiliza las sobras para preparar té. Ella no entiende de economía, ni de mercados... solo se queja de que ahora tiene que luchar todos los días para que ninguno de sus hijos caiga en las redes del hambre.
Junto a la ONG World Vision visitamos una clínica móvil en Kenia. Son pequeños centros de salud itinerantes que visitan regularmente zonas donde no existen instalaciones de referencia. En mitad de la nada, bajo la sombra de un enorme árbol que nos protege del sol, nos encontramos con un grupo de mujeres. Muchas de ellas han caminado cinco kilómetros para llegar hasta aquí. Vienen con sus hijos, los más pequeños, los que todavía no han cumplido cinco años. La prevención es la única opción que puede ayudar a salvar vidas y eso lo han aprendido de la peor manera posible. Más de cincuenta mujeres llegaron hasta allí ese día con sus hijos. Todos tenían malnutrición y todos se fueron con un tratamiento.
Muchos de estos niños, nos dice Benavides, aparentemente parecen sanos, pero en un análisis en profundidad se detecta la falta de numerosos nutrientes y vitaminas. Demasiados hidratos de carbono, cereales y muy poca proteína, fruta o legumbre.
Por eso son tan importantes, nos cuenta, Pilar Crespo, de Médicos del Mundo, este tipo de proyectos de prevención de la malnutrición. “Para una ONG como la nuestra, que apuesta por la sanidad universal, uno de los proyectos más importantes es fortalecer sus débiles sistemas de salud pública”. En esto -nos dice Pilar Crespo- han trabajado durante los últimos veinte años. Y para ello, resulta primordial contar con profesionales preparados que sean capaces de dar la primera voz de alarma. Uno de los problemas de los países vulnerables es que no tienen personal preparado y, por ello, la apuesta ahora son los trabajadores comunitarios. Un vecino de una aldea al que se forma y se supervisa para poder prevenir y detectar, cuanto antes, los primeros síntomas.
Cambio climático: “Ya no somos agricultores ni ganaderos, somos migrantes climáticos”
Junto al COVID, los fenómenos meteorológicos y climáticos extremos han sido la principal causa de inseguridad alimentaria aguda en doce países en 2022. Ahora mismo 56,8 millones de personas permanecen expuestas a niveles de crisis, emergencia o catástrofe alimentaria. Hablamos de fenómenos como las devastadoras inundaciones en Pakistán, tormentas tropicales, ciclones y sequías en gran parte del continente africano.
El Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) habla ya de 64 millones de desplazados climáticos y pueden llegar a los mil millones. En la última Cop 27, celebrada en Egipto, Antònio Guterres, secretario general de la ONU, fue claro: “El tiempo corre, estamos en la lucha de nuestras vidas y estamos perdiendo”. Su llamamiento fue desesperado: “Es un pacto de solidaridad climática o un pacto de suicidio colectivo”.
El Cuerno de África (Etiopía, Kenia, Somalilandia y Somalia) vive una de las situaciones más extremas del planeta, al borde de la debacle. Cerca de 16 millones de personas se enfrentan actualmente a altos niveles de inseguridad alimentaria grave. Ya no hay agua ni desplazándose decenas de kilómetros y cerca de 1,5 millones de niños sufren desnutrición allí.
Kenia, tierra roja y selva verde y abundante, empieza a ceder a los efectos del cambio climático. Hay zonas, aldeas enteras, donde el suelo está seco. Apenas unos cocoteros permanecen en pie en una lucha titánica contra la sequía que saben que no van a ganar. De la mano del Comité de Emergencia Español, visitamos una de estas aldeas.
Se percibe el sufrimiento en la cara de la gente, su mirada se ha rendido. Como en el resto de poblados, está lleno de niños. Todos están jugando y nos reciben como un fenómeno nuevo. Algunos, discretamente, nos agarran de la mano. Todos, dicen desesperadas las madres, sufren malnutrición. Antes eran agricultores y ganaderos, pero eso ya no funciona en esta tierra. Los animales se mueren de hambre y de sed; los cultivos no crecen como antes. La única manera de llevarse algo a la boca es luchar contra los animales salvajes por su propia comida.
Muchos niños morirán este año y los que consigan sobrevivir tendrán su futuro lastrado. El 29% de los niños en las zonas rurales y hasta el 20% de los que viven en las ciudades sufren un retraso en su crecimiento.
Adam, Autoridad Nacional de Gestión de la sequía y coordinador del condado de Kilifi, cuenta cómo antes las sequías llegaban cada 11 años, luego pasaron a 7, a 5 y ahora a 3. No les da tiempo a prepararse ni a recuperar la tierra ni el ganado.
Cuando la sequía llega dura cuatro estaciones (casi un año allí), cuando antes eran sólo dos. Para Adam no hay duda: durante los períodos de sequía las cifras del hambre se disparan y vuelven a relajarse, relativamente, cuando ésta desaparece. El problema es que todo va demasiado rápido y la población está hambrienta y cansada. Muchos, cuenta, han pedido al gobierno de Kenia que declare la hambruna, pero este se resiste porque teme que esto influya negativamente en el turismo, el motor de su economía.
En Somalilandia (país que laSexta visitó en 2019 para mostrar los efectos del cambio climático) el escenario es aterrador. Muchos lo califican como una auténtica bomba climática. El 80% de su población depende del pastoreo, pero en los últimos años más del 50% del ganado ha muerto y cerca de 600.000 personas se han visto obligadas a abandonar sus pueblos.
De la mano de Oxfam Intermón visitamos un pequeño enclave de desplazados climáticos y hablamos con la ministra de Medio Ambiente, Shukri Haji Ismail, quien explicaba que “antes sabíamos predecir el clima, específicamente cuando iba a llover. Ahora estamos perdidos”. “Incluso cuando llueve, la lluvia es errática, se mueve de un sitio para otro, sin previo aviso, sin un patrón, y eso destroza los cultivos y el pasto”. Toda su vida gira en torno al clima: “Durante la primavera apareábamos nuestras ovejas, cabras... el ganado. Ahora toda esa seguridad se ha ido. No tenemos nada”.
Las ONG del Comité de Emergencia tienen clara la solución frente a la crisis climática: “Hay que revisar los efectos nocivos del libre comercio y las grandes economías, como EEUU y China, deben de ser el motor de estos pactos. Controlar su emisión de gases invernadero y también ayudar a los más vulnerables”. La que habla es Lourdes Benavides, experta en clima y crisis alimentarias de Oxfam Intermón, quien asegura que “es urgente invertir en la pequeña agricultura para frenar el hambre. Necesitan recursos, semillas de calidad adaptadas al cambio climático, fertilizantes, seguros... está más que comprobado”. El cambio climático impacta directamente sobre la producción local. Lo vemos aquí, en España, y lo llevan viendo mucho tiempo en estos países olvidados. Las reservas de grano local disminuyen, la inflación local se dispara y, al final, salen huyendo.
Un ejemplo de lo que cualquier pequeño proyecto orientado en la lucha contra el cambio climático puede conseguir es lo que World Vision España ha conseguido con 4.800 euros en Kenia. Se trata de un sistema de irrigación en varias hectáreas donde trabajan 25 mujeres africanas. “Los resultados son espectaculares”, asegura Eloisa Molina, miembro de la ONG. Cultivan todo tipo de cereales y legumbres. Llevan unos meses y ya han conseguido, con los beneficios, escolarizar a todos sus hijos.
En Burkina Faso la ONG Educo mantiene desde hace años un proyecto para luchar contra el hambre, donde, con un enfoque integral, no sólo ayudan y tratan a los menores, de entre 0 y 5 años, víctimas de la malnutrición, además generan pautas de comportamiento. Cuidan de la infancia con el objetivo de que los niños sientan que están en un entorno seguro. Por ello, “los ríos secos, los animales muertos, todo lo que ocurre a su alrededor por la sequía, es identificado como una forma de violencia hacia ellos. Crecen ya con esa preocupación”, cuenta Pilar Orens, directora general de Educo.
Mujeres agricultoras protagonizan un proyecto contra el cambio climático de la mano de World Vision España en Kenia
Conflictos: “Si no nos mata el hambre, lo harán las armas”
El hambre y la violencia son dos factores que se retroalimentan. “Una población que no tiene satisfechas sus necesidades básicas es mucho más proclive a desarrollar procesos que conduzcan al final a la violencia”. Quien habla es Jesús A. Núñez Villaverde, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
La guerra de Ucrania ha sido uno de los últimos conflictos en entrar en juego. Una crisis que está exigiendo una respuesta por parte de la Comunidad Internacional y que ha provocado nuevas necesidades en contextos como África o Latinoamérica, donde se ha formado un mayor agujero de financiación invisible.
“La realidad es que la imagen de un tanque disparando, las bombas... las víctimas. Todo eso lo ves, pero los muertos por inanición son invisibles y eso juega en su contra”, explica Luis Alberto Ramasco de Aldeas Infantiles SOS España.
Poco se habla, pero África es el continente más golpeado por la guerra de Ucrania. El 50% del trigo que consumen viene de Ucrania y Rusia, lo que significa, según la presidenta del Comité de Emergencia Español, Susana Atienza Borge, que desde que comenzó la guerra cerca de la mitad del trigo, uno de los alimentos básicos de este continente, no ha llegado a su destino”. “La geopolítica también influye en la terrible crisis del hambre”.
Puerto de Mombassa en Kenia, el tercero más importante de África.
Países como Kenia lo reflejan muy bien. Nos acercamos hasta el puerto de Mombassa, el tercero más importante de África, que distribuye para varios países vecinos. Allí, por suerte, nos encontramos con un barco que salió hace tres semanas de Rusia. Algo, nos dicen, cada vez menos habitual desde que comenzara la guerra. El conflicto ha obligado a gobiernos como el keniata a redirigir sus importaciones hacia otras zonas del globo como Estados Unidos, Australia o Alemania, y los precios no son los mismos.
La presidenta del Comité de Emergencia Español, Susana Atienza Borge asegura que “el precio del trigo y la escasez de suministros está haciendo que el coste sea inasumible también para las propias ONG, e incluso para el programa de alimentos de Naciones Unidas (PMA). Atienza Borge denuncia la situación extraordinaria que vivimos y reclama una ayuda proporcional a la misma.
Ucrania sólo es uno de la larga lista de conflictos mundiales. “Existen unos 34 focos de conflictos activos en el mundo, sabiendo que no tienen solución a través de la violencia”, cuenta Núñez Villaverde.
Siria lleva muchos años agonizando, demasiados. Camino ya de los 13 años de guerra, desde la zona noreste del país, no dejan de reportarse casos de malnutrición aguda. La primera vez en la historia del país. “Si un niño con malnutrición aguda severa no recibe tratamiento, inmediatamente, nos dice Pilar Crespo, puede acabar con complicaciones respiratorias o de otra índole y de ahí a la muerte en poco tiempo. En Siria, además, existe un problema añadido: la guerra ha hecho que todo el personal sanitario en Siria haya huido del país. Los hospitales están también destruidos y no hay recursos sanitarios. Al conflicto hay que sumarle el COVID, que el Río Eúfrates, que abastece gran parte del territorio, está casi seco, y el terremoto de febrero de 2023, que ha dejado miles de casas destruidas y decenas de muertos”.
Una escuela de Haití donde trabaja la ONG Plan Internacional con niños y adultos.
Siria es ya uno de los 10 países del mundo con mayor inseguridad alimentaria. Cerca de 2,5 millones de sirios no saben, a día de hoy, de dónde vendrá su comida de mañana. Sólo se ha financiado un tercio del plan de respuesta humanitaria previsto para el país. Sus niveles de hambre son los más altos en los últimos 12 años.
Haití es otro país que navega entre varias crisis. Ocupa el puesto 163 de 191 países en el Índice de Desarrollo Humano de 2021. Un país que está a punto de desvanecerse, donde casi el 80% del área metropolitana de su capital, Puerto Príncipe, está controlada por grupos armados. Sólo en 2022 se registraron 1.359 secuestros, el doble que el año anterior y una media de cuatro al día. Los asesinatos también aumentaron un tercio en un año, en 2022 casi 2.200.
Allí la violencia es ya ley de vida y compromete gravemente la salud física y mental de la población. Stefano Fino, de Plan International España, una ONG presente en la zona, habla de que 5,2 millones de personas necesitan asistencia humanitaria integral en Haití, incluidos 2,9 millones de niños y niñas.
En el Sahel, por ejemplo, la situación es crítica. Aquí el componente climático ha sido clave. En la zona del lago Chad -que ha ido desapareciendo poco a poco como ya ha atestiguado la NASA en imágenes varias veces-, agricultores y ganaderos de Chad, Níger y Camerún se disputan el acceso al agua. A este conflicto se suman también los grupos armados, una capa más de violencia. Aprovechan estos cismas locales para introducir armas.
En Afganistán, la hambruna también ha llegado a máximos históricos. Más de 28 millones de personas, más de la mitad de la población, incluidos 14 millones de niñas y niños, necesitan ayuda humanitaria urgente. Casi 6 millones viven en condiciones de hambruna lo que provoca que 4 de cada 10 niños menores de 5 años sufran retraso en su crecimiento, tanto físico como mental, un efecto demasiado común y que muchas veces resulta irreversible.
El efecto talibán en 2021 dinamitó por completo su economía y los derechos sociales. Eso unido a los múltiples desastres naturales, colocan al país, según las últimas estimaciones de Naciones Unidas, en el mayor riesgo de hambruna en un cuarto de siglo.
El 15 de abril de 2023 estallaron los crueles combates entre las Fuerzas Armadas de Sudán y las Fuerzas de Apoyo Rápido; ambos seguidores de dos generales enfrentados. Un conflicto atroz que ha dejado cerca de 900 cadáveres, 6.000 heridos, 2,2 millones de desplazados. La ONU teme que este estallido pueda desencadenar otra crisis humanitaria sin precedentes en un país, Sudán, donde ya antes del conflicto, un 45% de la población se estaba muriendo de hambre.
Los otros efectos
del hambre
Fraha, de 14 años, consiguió una madre de acogida gracias a las ONG.
Fraha tiene 14 años. Se acerca hasta nosotros, se nota que nunca ha visto una cámara. Se sienta tímidamente y nos saluda: "¡Yambo!", dice levantando la mano. Todavía lleva el uniforme puesto, en tonos verdes y morados. Es muy tímida, le cuesta hablar. Nos dice que tiene seis hermanos, cuatro chicos y tres chicas, ella es la mayor. Recuerda, cuando vivía en la ciudad eran felices. Su madre trabajaba en un bar y, entonces, le compraba vestidos muy bonitos. Tras el COVID, ella perdió el trabajo y todos volvieron a su aldea natal. Allí, sin trabajo y sin dinero, tuvieron que sobrevivir en una chabola de madera. Un hogar que se inundaba cada vez que llegan las lluvias torrenciales. La comunidad intentaba ayudarles con agua y comida pero la situación no estaba bien para nadie, así que, un día, cuando se despertó, su madre ya no estaba allí. Estuvo meses sin saber nada de ella, luchando y cuidando de sus hermanos. Un día su madre vino y se llevó a sus hermanos pequeños, había conseguido trabajo.
Fraha no se quiso ir. Con ayuda de las ong consiguió una madre de acogida, un colegio al que ir todos los días, una estabilidad que jamás había conocido. Con apenas 12 años había tenido que tomar la decisión de su vida y, ahora, nos decía que era feliz... Sonríe por primera vez cuando le preguntamos qué quiere ser de mayor. Todavía está en primaria pero lo tiene muy claro: “Quiero tener mucho dinero para comprarme un avión y recorrer con él el mundo”.
Lo que ha pasado con Fraha es uno de los tantos riesgos que la crisis del hambre provoca en los más pequeños.
Matrimonio infantil
y explotación sexual
En el Cuerno de África la crisis está siendo tan profunda que deciden arriesgarse y entregar a niñas menores de 12 años para conseguir dotes y alimentar al resto de sus miembros. Algunas veces, sus futuros ‘maridos’ pueden hasta quintuplicarles la edad”.
En Etiopía, según fuentes de los gobiernos locales, el matrimonio infantil ha aumentado una media del 119% en las regiones más afectadas por la sequía: Somalia, Oromía y Región de Naciones, Nacionalidades y Pueblos del Sur (SNNP), entre enero y abril de 2021 y en el mismo período de 2022.
Ahora, además, empieza a darse un fenómeno “nuevo” y, si cabe, más cruel para las menores. Las propias familias alquilan su cuerpo por un poco de dinero convirtiéndolas en mercancía de intercambio con el único objetivo de poder salvar de la hambruna al resto de sus hijos.
Liliam y Leam tienen 15 años y están muy agradecidas a sus familias por mantenerlas allí. Hablamos con ella en una escuela de la mano de la ONG Plan Internacional España. Liliam nos dice que está muy preocupada por su situación familiar, en casa hay días que no pueden comer. “Yo hago lo que puedo por ayudarles", dice Leam, "cuando me dan mi ración en el colegio, como sólo una parte y el resto se lo llevo a mi madre y a mis hermanos”. Sienten mucha tristeza por algunas de sus amigas. Sus familias les dicen que casarse va a ser lo mejor para ellas y para ayudar al resto, pero cuando las ves, no están felices, cuenta Liliam. No es bueno para ellas.
Liliam y Leam en el colegio.
Trabajo infantil
Los avances para erradicar el trabajo infantil también se han estancado, por primera vez en 20 años. Desde 2000 a 2016 habían caído en una cifra extraordinaria para las ONG: 94 millones de menores sacados de las calles y devueltos al sistema educativo en todo el mundo. Pero, por primera vez, se produce un aumento que se centra, además en las niñas y niños de entre 5 y 11 años. La cifra total podría estar ahora por encima de los 160 millones de niñas y niños.
El riesgo, aseguran las ONG, es siempre mayor en las zonas rurales. Aunque, si paseas por las calles de Nairobi, por ejemplo, la capital de Kenia y, de cualquier ciudad en África, Latinoamérica o Asia, hay decenas de niños cargados con bolsas de agua, frutos secos o abalorios. Se levantan de madrugada y se colocan en la carretera para poder venderlo a los conductores. Los últimos datos indican que el 70% de los casos de trabajo infantil se dan en el sector agrícola, el 20% en el sector servicios y el 10% restante en el industrial.
Imagen: Juanma Puertas
Diseño Web: María Ángeles Cámara, Sandra Bustos y Bernabé Carrillo
Realización: Juan Gutiérrez, Adrián Carreira y Sergio Hontanilla
Visualización de datos: Verónica Ramírez
Edición: María Jesús Hernández
Coordinación: Sara Campos Román
Agradecimientos al Comité de Emergencia y a cada una de las ONG que lo forman: Aldeas Infantiles SOS, Educo, Médicos del Mundo, Oxfam Intermón, Plan Internacional y World Vision