El recuerdo de las víctimas de la represión franquista ha sobrevivido durante décadas, pero desde el anonimato, y una asociación de familiares ha logrado con el tiempo poner nombres y apellidos a más de 1.300 víctimas que murieron en la cárcel de Ocaña (Toledo) tras dos años a pie de juzgado.
Un arduo y laborioso trabajo, cuando menos, que emprendieron varios miembros de la Asociación de Familiares Ejecutados en el Cementerio de Ocaña (Afeco), que acabó sacando del anonimato a cientos de víctimas del régimen franquista en España, para tranquilidad de sus familias.
Según la vicepresidenta de Afeco, Carmen Díaz, ella misma y otro compañero de la asociación iniciaron una investigación hace años, cuando gobernaba José Luis Rodríguez Zapatero el país y la memoria histórica tenía dotación económica, con el objetivo de poner nombre a los enterrados en tres fosas comunes del camposanto ocañense, víctimas de fusilamientos o de enfermedades derivadas de la situación de encierro.
El trabajo de investigación les llevó más de dos años, y para acometerlo necesitaron un permiso del Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha de cara a acceder al Registro Civil de Ocaña y consultar los libros con las partidas de defunción para hacer una relación de las personas enterradas con toda su afiliación. Los libros se encontraban en un estado de conservación "relativamente aceptable", recuerda, pese a las dificultades para leer algunas partidas por la mala calidad de la tinta, y sobre todo -destaca- estaban completos.
El resultado, explica Díaz, fue un censo de más de 1.300 personas -entre las que se encuentra su abuelo, fusilado en Ocaña con 34 años- con nombre, apellidos, procedencia, oficio y edad; y multitud de "historias tremendas" de las personas que pasaron por la cárcel de Ocaña y encontraron la muerte en la defensa de sus ideas. Las víctimas que salieron del anonimato procedían de toda España, incluso de Ceuta y Melilla, y había desde bebés hasta ancianos, pasando por adolescentes, mujeres y hombres que fueron apresados y llevados al centro penitenciario de Ocaña para, posteriormente, morir fusilados.
La vicepresidenta de Afeco apunta que uno de los fundadores de la asociación fue precisamente un bebé arrancado de los brazos de su madre, a quienes las monjas le decían que mientras diera el pecho a su niño no la fusilarían, pero llegó un día en el que le quitaron a su bebé y la llevaron al encuentro con la muerte.
En concreto, los bebés no estaban registrados como presos pero sí aparecían en los libros cuando las presas ingresaban en la cárcel con ellos o daban a luz dentro del propio penal. Poner nombre a las víctimas y esculpirlo junto a la fecha de ejecución en piezas de granito junto a las fosas era el objetivo que se había marcado la asociación de familiares, que pudo hacerse realidad por medio de una subvención estatal, pero en ningún momento buscaron la exhumación de los cuerpos. Afeco, dice su vicepresidenta, ha querido ser "realista" en este sentido, porque los familiares son conscientes de la dificultad que habría para la identificación, ya que los cadáveres eran transportados en carretilla desde el otro lado de la valla del cementerio donde los fusilaban hasta la fosa, por la que accedían a través de una puerta lateral, y eran arrojados cuerpos sobre cuerpo y cubiertos de cal viva para evitar infecciones y malos olores.
Carmen cree que su abuelo probablemente podría haber sido identificado, porque "llevaba una ropa bastante característica", dice, pero sin embargo muchas personas no, y en su caso tiene claro que lo que siempre ha querido es que su abuelo "no fuese un muerto anónimo". Afeco nació en principio para conservar las fosas, pero el empeño por poner nombre a las víctimas del franquismo les llevó a realizar la investigación, que además ha dado pie a que la asociación se haya planteado realizar una serie de memoriales por toda la comarca, para rendir homenaje a los fallecidos de distintos pueblos de Toledo.
Noblejas será el que acoja el primero de esos memoriales, pero Afeco se ofrece a llevarlo a cabo en otras localidades y, si es posible, seguir investigando para que más víctimas abandonen el anonimato y tengan su lugar en los espacios para la memoria. Carmen Díaz espera que la labor emprendida hace tantos años por los familiares de fusilados no se pierda y aunque reconoce que "no todas las familias son capaces de pasar el testigo", aprecia un "rebrote de gente joven" que vuelve a interesarse por la memoria histórica.