En nuestras memorias del año COVID nos detenemos en mayo. Fue el mes de la desescalada, de las fases, el mes en el que acabó el confinamiento y salimos en tromba a pasear y a hacer deporte primero; y a los bares después.
Las imágenes de imprudencias empezaban a generalizarse, pero tras mes y medio confinados en casa, los primeros rayos de sol en la cara fueron un éxtasis.
En fase 0 solo podíamos salir a pasear, pero nos supo a gloria. Tantas ganas teníamos que se nos fue de las manos: atasco de paseantes, embotellamiento de corredores, pelotones de bicis, mareas de surfistas... y fiestas nocturnas desde la primera noche.
Los sanitarios se echaban las manos a la cabeza. Después, varias regiones fueron avanzando a la fase 1. Por fin se permitieron las visitas a domicilios, lo que propició los primeros reencuentros.
Pero sin duda, lo que más nos alteró fue la apertura de los bares. Las terrazas parecían discotecas, las calles se convertían en fiestas y las playas, donde estaba prohibido sentarse, lo raro era ver gente solo paseando.
En política la guerra era por Madrid, que se quedó sin avanzar a fase 1 en dos ocasiones. Pero lo que de verdad nos preocupaba en mayo era si en verano íbamos a poder bañarnos, algo que acabó confirmándose.
Así que nos lanzamos a preparar la distancia social en las playas, dejando imágenes que nos llenaron de preocupación, casi tanto como algunas medidas propuestas que no vieron la luz.