Vuelven a tener presencia ahora, más de ocho décadas después de aquel memorable discurso en las Cortes Constituyentes, breves instantes de reflexión sobre la lucha de la mujer en pos de lo igualitario. También, sobre el apoyo que la estructura político-económica y social española ha ofrecido a la causa, tan justa como ignorada para altos porcentajes a lo largo de generaciones.
Con la vista puesta atrás, se antojan lejanas y envueltas en una peligrosa normalidad las elecciones generales de 1933. Contexto republicano en el que, más allá de sexos, la mujer consiguió dar un paso trascendental en busca de su merecido reconocimiento. Poco antes de los comicios, una política y abogada española, de las primeras en el país, alzaba el pensamiento de una generación de mujeres hastiada por la invisiblidad y la opinión robada.
El 1 de octubre de 1931, Clara Campoamor, que ya había formado parte de la Comisión Constitucional encargada de elaborar la Constitución de la II República, se dirigía a las Cortes Españolas para defender el sufragio femenino. La situación se presentaba a la causa complicada a razón del valor que la historia había dado al rol de la mujer.
Más cuando, incluso, parte de la izquierda, a excepción de algunos socialistas y republicanos, se negaba a apoyar ese derecho argumentando que la influencia de la iglesia sobre la mujer ocasionaría un aumento considerable del voto a la derecha. Entre los rechazos se encontraba el de Victoria Kent; también republicana, también feminista. Así, se estableció un enfrentamiento dialéctico entre Campoamor y Kent sobre la cuestión, y que llevaría a la celebración de un debate que ha repercutido directamente en los derechos innegables de la mujer.
Aquí, una de las intervenciones más aplaudidas de Campoamor:
"¡Las mujeres! ¿Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de vida por la República se les concederá como premio el derecho a votar? ¿Es que no han luchado las mujeres por la República? ¿Es que al hablar con elogio de las mujeres obreras y de las mujeres universitarias no está cantando su capacidad? Además, al hablar de las mujeres obreras y universitarias, ¿se va a ignorar a todas las que no pertenecen a una clase ni a la otra? ¿No sufren éstas las consecuencias de la legislación? ¿No pagan los impuestos para sostener al Estado en la misma forma que las otras y que los varones? ¿No refluye sobre ellas toda la consecuencia de la legislación que se elabora aquí para los dos sexos, pero solamente dirigida y matizada por uno? ¿Cómo puede decirse que la mujer no ha luchado y que necesita una época, largos años de República, para demostrar su capacidad? Y ¿por qué no los hombres? ¿Por qué el hombre, al advenimiento de la República, ha de tener sus derechos y han de ponerse en un lazareto los de la mujer?".
Si bien se narra y se recuerda con notoria épica aquel encuentro que consideró vencedora a Campoamor y dio la voz y el voto a las mujeres en los comicios generales del 33, la derecha, unida, venció a un izquierda fragmentada que culpó de su derrota política a la intervención de la mujer. Ambas Campoamor y Kent perdieron popularidad y escaño tras las elecciones. No fueron suficientes para firmar la rendición de Campoamor, pues, aun exiliada en París, siguió defendiendo con firmeza la implicación de la mujer en una sociedad sin distinciones.
Ahora, más de ocho décadas después de la proclamación abierta del derecho al voto femenino, el legado que dejó Campoamor, crítica con cualquier sistema que no aceptase la igualdad como sino, se exhibe más actual que nunca, dejando sobre la causa una reflexión tan mordaz como necesaria: ¿ha evolucionado el papel de la mujer de forma inherente al progreso democrático que dicen abanderar países como España? Parece que aún queda mucho por andar.