Arranca el día decisivo en Andalucía, aquel que no se ha vuelto a repetir desde que, el 2 de diciembre de 2018, las urnas dieran pie al cogobierno del Partido Popular y Ciudadanos pese a la victoria socialista con mayoría simple. Ahora, sin embargo, las cosas son bien distintas en San Telmo, con un candidato del PP, Juanma Moreno, al que le soplan todos los vientos políticos a favor. Son muchos los análisis y razonamientos extendidos a lo largo de estos últimos meses -prácticamente desde los comicios autonómicos de Castilla y León- que han intentado explicar el porqué de ese furor repentino en la derecha por su líder andaluz, además varón popular.
Que no molesta a la izquierda, que el PSOE vuelve a llevar a un candidato desaparecido, que la fragmentación de las izquierdas alternativas y el nuevo ascenso de la extrema derecha han impulsado una candidatura considerada por muchos moderada son algunas de las ideas que se han arrojado sobre Moreno Bonilla. Lo que sí se puede afirmar a estas horas es que es el gran favorito para volver a presidir la Junta de Andalucía los próximos cuatro años. Así lo señalan múltiples encuestas que él pareció anticipar al comprobar el éxito de su compañero Fernández Mañueco renovando su cargo por otra legislatura.
Lo que también señalan las encuestas es otra nueva derrota de la izquierda. De confirmarse los sondeos, supondría el enésimo batacazo de un bloque que no logra recuperarse desde el tamayazo murciano. Los factores que han vuelto a propiciar esta situación son muchos, aunque, como antes, ninguno es concluyente: al margen de las candidaturas y la invisibilidad de un Espadas pese a un Sánchez siempre presente, la mayor crítica que se ha llevado la izquierda alternativa a lo largo de esta legislatura es, prácticamente, no haber consumado un frente amplio, al menos en la amplitud de su concepto. Los constantes rifirrafes entre Inma Nieto y Teresa Rodríguez son prueba de ello.
Frente a la promoción de una nueva ilusión, lo que se ha encontrado el electorado progresista de Andalucía es un espacio hostil compuesto por dos formaciones de formaciones que, más que aislar diferencias en busca de una identidad simbólica que diera pie a la renovación de la izquierda, han preferido tirarse los trastos -hasta con intentos de expulsión de los debates electorales-. Así han ocurrido las cosas. Los ministros y dirigentes de la parte de Unidas Podemos en el Gobierno han viajado al sur para arropar a unos, los anticapitalistas y movimientos inherentes a apoyar a otros.
Está por ver si la aparición estelar de Íñigo Errejón en brazos de Yolanda Díaz para representar la 'otra' unidad necesaria ayuda a movilizar más voto progresista o se queda en nada; volviendo a las encuestas, se apunta a lo segundo. En cualquier caso, no hay nada escrito y lo que suceda lo decidirán las papeletas. En una comunidad históricamente socialista y con un porcentaje de récord en el voto por correo puede ocurrir todo. Tanto lo uno como lo otro, que no es otra cosa que el que la extrema derecha entre en un gobierno por segunda vez en la historia reciente de España.
¿Entará Vox en el Gobierno?
Este ha sido el gran tema electoral, el dilema que ha invadido la campaña, la vía que ha centrado el debate. Y el gran éxito de Moreno Bonilla. El candidato de los populares ha conseguido poner sobre la mesa una cuestión que ya venía coleando de otros territorios: si gana el PP, como parece que va a hacer, ¿tendrá mayoría suficiente para gobernar en solitario o incluirá a Vox para ampliar su mandato? Con esta coyuntura, el líder andaluz ha logrado virar el pensamiento mediático y social a un éxito asegurado, el suyo, del que únicamente se pone en cuestión el 'después'. Con esta apuesta, ha logrado reducir todas las opciones a dos: o recibe los votos suficientes para gobernar en solitario, o llega la extrema derecha a Andalucía.
Se trata de un planteamiento con doble vertiente, porque ha obligado continuamente a sus rivales a posicionarse. En los últimos días se han escuchado y leído múltiples críticas contra el PSOE y los partidos a la izquierda por rechazar públicamente su abstención en caso de que los números dieran la llave del gobierno a Vox. La verdad es que poco más han podido hacer frente a esta tesitura: confirmar que permitirían el Gobierno de Moreno Bonilla por mayoría simple en plena campaña supondría el fin inmediato de su participación en la carrera electoral. Sería como reconocer abiertamente la victoria del PP antes de conocer los resultados, como entregar las elecciones sin ofrecer resistencia ni credibilidad alguna.
El plan de Vox: o Moreno Bonilla les permite integrarse en un nuevo gobierno de coalición, o votarán en contra de su investidura
Por esta difícil ecuación, esta cuestión ha pesado, y mucho, al bloque de la izquierda. Lo curioso de este factor -y un problema añadido para el PP- es que Moreno Bonilla no ha sido el único en jugar con esta opción. También lo ha hecho la extrema derecha, que descubrió en el planteamiento del presidente andaluz un nicho con el que explotar la candidatura de la tan polémica Macarena Olona. Viendo que sus resultados mejoran ligeramente los escaños obtenidos en 2018, en Vox han optado por dar por hecho que Moreno Bonilla les necesitará. Para ellos, sin duda alguna lo decidirán así los resultados de las elecciones.
Ejemplo de ello han sido los continuos mensajes directos que han enviado tanto Olona como su presidente Abascal -muy cercano a ella durante toda la campaña- a Juanma Moreno como al Partido Popular: o les permite integrarse en un nuevo gobierno de coalición, o votarán en contra de su investidura. Las referencias a esta proposición han llegado a ser descaradas, viéndose incluso una tendida de mano en directo, en pleno debate electoral, por formalizar antes de tiempo un ejecutivo comandado por la derecha y la extrema derecha. Moreno Bonilla ha hecho lo posible por evitarlo, pero, una vez más, lo que diga el pueblo andaluz dictará el futuro de su tierra.
Del que poco o nada se espera, de nuevo recurriendo a los sondeos que anticipan la movilización del voto, es de Ciudadanos. Ni siquiera Juan Marín, bien visto por lo general en Andalucía salvo tropiezos macabros, parece ser capaz de evitar el nuevo batacazo de su partido en unos comicios. Ni siquiera la líder de su formación, Inés Arrimadas, que se ha dejado ver mucho con Marín en sus mítines y actos y se ha abierto sin miramientos a un pacto con Feijóo a nivel nacional, parece poder salvar los muebles de un partido que parece condenado a desaparecer. Son cada vez menos los parlamentos en los que el color naranja resiste, y viendo los resultados de anteriores convocatorias electorales, parece que Andalucía se unirá en esta ocasión al resto de territorios.