El expresidente del Gobierno, Felipe González, ha intentado relativizar el escándalo del espionaje al Gobierno que ha salido a la luz estos días y sobre el que aún hay muchas dudas. "Me preocupa que lo inmediático nos impida hablar de los problemas que enfrentamos, que son serios. No digo que no sea importante. ¿Nos pasa a nosotros solo? No, le pasa a 50 países", defiende González recordando espionajes a Emmanuel Macron y a Angela Merkel.
Así, ha seguido tirando de memoria en una entrevista en Espejo Público. "Yo viví en la época de la Guerra Fría. ¿Qué ha cambiado? La revolución tecnológica y la ciberseguridad, que es clave en todo, en la defensa frente al espionaje o su uso para la guerra. Pero la sustancia de que unos espían a otros es la misma", ha reconocido.
Y es que el Gobierno de Felipe González vivió su propio escándalo de espionaje. "No merece la pena entrar ahora en eso. Cuando llegué al Gobierno me estrené sabiendo que a Adolfo, a Leopoldo, nos estaban controlando la torre de comunicaciones de Moncloa", relata. "Una torre que facilitaba las comunicaciones directas, hubo un incidente que fotografiaba y los servicios de seguridad incautaron un carrete de la época con fotos de la torre. ¿Por qué? Pues porque yo llegué a Moncloa y no usaba el teléfono directo. Yo había recogido todos los teléfonos y los metí a un cajón y alguien se inquietó. Pero no pasaba nada raro, solo que no usaba o esos teléfonos", ha explicado.
Pero el gran escándalo de espionaje llegó en la etapa final de Felipe González como presidente. El 12 de junio de 1995, El Mundo abría su periódico con este titular: "El Cesid lleva más de 10 años espiando y grabando a políticos, empresarios y periodistas". Una información que acompañaba de fichas con grabaciones al rey Juan Carlos, a políticos, empresarios y periodistas. La noticia tuvo un gran impacto y se descubrió que los servicios secretos españoles contaban, desde 1984, con un aparato que les permitía barrer un 30% del área de Madrid e interceptar y grabar conversaciones sin ningún tipo de control judicial.
Poco después llegaban las responsabilidades políticas. El primero en dimitir fue el director general del Cesid, el teniente general Emilio Alonso Manglano. Tras él, llegó la dimisión del entonces ministro de Defensa, Julián García Vargas, y el vicepresidente, Narcís Serra. Este último había sido ministro de Defensa entre 1982 y 1991 y, por lo tanto, superior directo de Manglano durante los años del espionaje.