Se defienden como proyectos de creación de empleo, pero para los pequeños ganaderos, las macrogranjas son todo lo contrario. "Absorberá toda la producción que tienen las más de 100 granjas que hay aquí en la zona", denuncia Manuel Villaverde, responsable del sector lácteo del Sindicato Labrego Galego.
Explotaciones como la suya defienden una producción con menos animales, en más espacio y con un mayor aprovechamiento del ecosistema. Son los pilares de la ganadería extensiva. Ellos aseguran que la diferencia con la intensiva radica en el producto final: "No va a tener la misma calidad que el producido aquí".
En definitiva, insisten en que la intensiva genera más problemas que soluciones en el medio rural ya que "tiene olores que hace que todos los ciudadanos de la zona se acaben yendo" y contaminantes: en Ourense, las explotaciones intensivas avícolas y porcinas han aumentado en un 39% la concentración de nitratos en el río Limia.
En Cataluña, siete de cada diez acuíferos están contaminados a causa de la ganadería intensiva y preocupan los perjuicios que pueden generar en otros sectores. En el municipio de La Aguilera, en Castilla y León, la denominación de origen Ribera del Duero ve peligrar sus viñas por un proyecto de macrogranja de 2.000 cerdos.
Castilla y León es la región con más explotaciones ganaderas e irónicamente la que menos pegas pone a las macrogranjas. En 2020, aprobó un decreto ley que aligeraba los trámites para crear instalaciones de este tipo. Un modelo, el extensivo, que apuesta por lo local y lo ecológico: irónicamente en crisis y cada vez más cerca de desaparecer.