Josep Sala, superviviente del campo de concentración franquista de San Marcos, en León, ha fallecido a los 101 años. Sala era, hasta ahora, el último prisionero que quedaba con vida de este claustro histórico marcado por la represión, donde hasta 3.000 presos de guerra murieron por enfermedades, por el frío, maltratados, torturados o fusilados. Precisamente, los pocos documentos que él mismo y los familiares de otras víctimas conservaron de ese lugar son, a día de hoy, y junto a sus testimonios, las únicas pruebas que pueden certificar que allí existió un campo de concentración.
En junio de este mismo año, Sala fue recibido en San Marcos -actualmente reconvertido en un enclave turístico de lujo- con vítores y aplausos emocionados, en un acto celebrado para no olvidar la tragedia que, como él, vivieron miles de personas -hasta 20.000, según diversas investigaciones- bajo el yugo del régimen. En dicho evento, el superviviente ya hizo gala de una memoria inalterable al paso del tiempo al recordar, con todo lujo de detalles, los duros episodios que sufrió entre aquellos muros y barrotes empleados por el régimen a modo de cárcel.
"Sois prisioneros de guerra, y como tal no tenéis derecho ni al aire que respiráis", le advirtieron, según recordó en este acto, cuando fue encerrado en San Marcos. Perteneciente a la conocida como 'Quinta del Biberón' -leva compuesta por otros tantos jóvenes reclutados para servir en el Ejército contra las tropas sublevadas durante la contienda civil-, tras su captura Sala fue trasladado a un campo de concentración ubicado en Zaragoza. Posteriormente, fue enviado al de Santa Ana y, poco después, al de San Marcos. Fue en este último donde sufrió verdaderos estragos a manos de los fascistas.
Allí cada día había muchos muertos, los llevaban en mantas con los pies colgando. Daba una pena tremenda"
El propio Sala reconoció, cuando visitó San Marcos ya como hombre libre, que el paso del tiempo no pudo hacerle olvidar todo el horror vivido durante el encierro. De su memoria no se marchitaron los recuerdos de zonas del claustro tan terribles como la 'Carbonera': "Era un cuartito cruel a más no poder. Cuatro individuos cogían al preso y empezaban a darle leña. Si te llamaban para ir hasta allí, te daban una paliza que no volvías en sí". El desprecio a la vida humana en San Marcos llegaba a tales extremos que, como rememoró Sala, se "llamaba a dos o tres por el nombre y los apellidos para que se presentaran en el altar mayor. Y ya no los veías más".
"Allí cada día había muchos muertos, los llevaban en mantas con los pies colgando. Daba una pena tremenda". No solo las numerosas ejecuciones y el maltrato hacia los presos de guerra hicieron de San Marcos uno de los peores campos de concentración existentes durante la guerra y en los prolegómenos de la dictadura; también, las auténticas condiciones infrahumanas a las que eran sometidos sin miramientos quienes aún aguantaban con vida. Cabe destacar que en aquel momento, León era conocida como 'la pequeña Siberia' por las gélidas temperaturas que registraba en invierno, y hasta el clima fue usado por las tropas franquitas para torturar a los prisioneros.
Muchos de ellos tuvieron que dormir en el propio claustro; es decir, a la intemperie. También Sala: "De pie casi no cabíamos. Yo dormí bastantes días en el altar mayor, estaban los claustros y el patio, que son muy bonitos, pero estaban al aire libre. En el mes de enero hace un frío increíble en León". "Estábamos tan apretujados unos contra otros que nos dábamos calor. Si te quedabas dormido de cara al norte te despertabas de cara al norte. Y si te ponías de cara al norte no podías dar la vuelta de tanta gente que había", añadió. El entorno insalubre propiciado por los soldados para los esclavos del nuevo régimen tampoco era un problema menor.
"Estuve cuatro meses sin lavarme la cara ni nada, sin ducharme ni bañarme", apuntó Sala. Aquel 'modus operandi', unido a la escasez de alimentos que se suministraban a los llamados 'desafectos' al régimen, llevó a convivir a estos con enfermedades e infecciones. No obstante, muchos lograron sobrevivir, y León les recibió con los brazos abiertos. Cuenta su familia que Sala, con su memoria prodigiosa, recordaba el día en que puso un pie fuera de San Marcos. Se fue a comer con otros compañeros del campo huevos fritos: "Cuando fueron a pagar, vieron que ya estaba pagado. Lo había hecho la gente del pueblo".
Años después, quienes convivieron en aquel campo de concentración y sus familiares, con ayuda de asociaciones de memoria histórica, lograron poner en marcha un censo sobre San Marcos utilizando "expedientes carcelarios, testimonios de personas que pasaron por allí y los envíos que se hacían desde el campo de concentración pidiendo la manutención de la población reclusa que había en aquel momento". De allí Sala guardó postales que nunca llegaron por la censura o uno de sus carnés de vacunación. Ahora, 85 años después, el último superviviente de San Marcos se ha marchado "en paz y con todo el cariño de toda la familia".
También, con una idea clara "gran humanista" que era: "Siempre ha vivido esto con el sufrimiento que fue todo aquello, pero sin rencor. Decía que las guerras civiles son lo peor que le puede pasar a un pueblo, son peleas entre hermanos".