Córdoba y España se han quedado sin su Califa. Aunque llevaba retirado de la vida política desde 1999, a Julio Anguita (Fuengirola, 1941) siempre le ganó el entusiasmo propio de una vida dedicada a proteger los derechos y deberes civiles; a la defensa de la igualdad y de lo público, golpes incluidos. Su problema cardiaco, el mismo que finalmente ha apagado su corazón a los 78 años –no sin décadas de férrea lucha–, no pudo alejarle nunca de ese marcado impulso activista que le llevó a convertirse en una de las mayores referencias de la izquierda en las últimas décadas.
Aquello tenía un precio: Anguita ya aseguró que durante toda su carrera estuvo pagando por decir lo que pensaba. No calló sus críticas a la derecha cuando entendía erróneos sus procedimientos y objetivos para con el bien del pueblo, y tampoco lo hizo cuando consideraba que la izquierda fallaba y se desligaba de sus principios y valores. Por callar, no calló ni con los grupos a los que se dedicó en cuerpo y alma, aun cuando la catástrofe parecía inevitable. Quizá fue esta actitud la que generó en torno a él ese conocido aura de sabiduría épica que acabó siendo alabado por unos y otros con el paso del tiempo.
De Anguita siempre se ha dicho que tenía un extraño poder convicción heredado del ensayo y error constante; unas formas con las que seducía a oyentes, lectores y espectadores a través de la sencillez de sus palabras. Prueba de ello es que, a pesar –o a razón– de su jubilación, Anguita ha estado presente en todos los grandes acontecimientos que ha vivido nuestro país en los últimos 20 años con opiniones y consejos expresados a petición popular. Para el recuerdo quedan ya sus famosos "vamos a ver" con los que comenzaba todo tipo de argumentaciones.
Lo del 'Califa rojo' no vino de la noche a la mañana. Nacido en el seno de una familia de militares, pronto rechazó esta herencia para estudiar Magisterio y, posteriormente, licenciarse en Historia por la Universidad de Barcelona. Las aspiraciones comunistas le llegarían años después, cuando, en 1972, se afilió al PCE, entonces formación ilegal por orden de Franco que operaba de forma clandestina. Siete años más tarde, derrocado el fascismo en España, se presentó a las elecciones municipales del 79 como candidato del Partido Comunista en Córdoba. Contra todo pronóstico, incluido el suyo, fue el más votado.
Sobre aquel episodio contó Anguita que tuvo que lidiar con la dificultad de demostrar, recién acabada la dictadura, que no eran monstruos que se tragaban al mundo. Y con razón: la suya era una de las primeras alcaldías comunistas de la democracia. Lo consiguió. Pese a las tensiones que se dieron en aquel gobierno de concentración municipal compuesto por el PCE, el PSOE, UCD y el Partido Andalucista, la popularidad del alcalde se disparó, y en los comicios de 1983 volvió a triunfar, esta vez con mayoría absoluta. Fue precisamente tras esta victoria electoral cuando empezó a ser conocido como el 'Califa rojo'.
Su segunda etapa al frente del Ayuntamiento de Córdoba fue igual o más difícil que la primera, sobre todo a causa de las fuertes discrepancias que mantuvo, primero con el Gobierno de Suárez y después con el de Felipe González, por la gestión y las competencias que, creía, debían dirimir el Gobierno central y los consistorios en materia de economía y empleo. Aquellos enfrentamientos supusieron un factor clave a la hora de presentar su dimisión en 1986, pero no renunció a sus razones. Para entonces, su figura política ya era notoriamente conocida entre los círculos progresistas y de izquierdas de una España que empezaba a dejar atrás los últimos coletazos de la Transición.
Del PCE a Izquierda Unida y los problemas cardiacos
Al tiempo que el Partido Comunista, Izquierda Republicana y otros grupos disfrutaban del éxito del recién estrenado proyecto de Izquierda Unida, que consiguió 19 escaños en las elecciones autonómicas de Andalucía en el 86, el 'Califa rojo' se preparaba para tomar las riendas del PCE, y también, auspiciado por los suyos (habló en La Tuerka de la "putada" que suponía que desde el partido le dijeran que estaban atentos a sus pasos), para dar el salto a la política nacional.
Su prestigio imparable en Córdoba y su ya más que reconocido carisma propiciaron más pronto que tarde su nombramiento como secretario general de los comunistas en 1988 y, poco después, le llevaron a convertirse en diputado de IU en el Congreso de los Diputados, coincidiendo su portavocía con los años en los que esta formación consiguió sus mejores resultados a nivel nacional.
Ya entonces, Anguita expresaba su rechazo a un "sistema corrupto y fracasado" por el bipartidismo con su teoría de las dos orillas y aludía a una reconstrucción de la izquierda con un objetivo claro: superar al PSOE, a quien acusaba de haber traicionado sus "ideales", para consolidarse como fuerza hegemónica progresista en España (aplicó el concepto de 'sorpasso' que usaría Unidas Podemos años después). Su influencia en el partido llegó a su punto álgido en 1996, cuando salió elegido como candidato de Izquierda Unida a las elecciones generales de ese mismo año, en los que la formación acabó batiendo su récord con 21 diputados.
No obstante, la vida de Anguita en los años 90 también estuva marcada por problemas cardiacos cada vez más pronunciados. Tanto que, en 1999, después de ser operado de urgencia a causa de una tercera lesión de corazón, optó por renunciar a su candidatura a la Presidencia del Gobierno por IU, testigo que recogió Francisco Frutos. Al año siguiente, en la VI Asamblea de Izquierda Unida, fue sustituido por Gaspar Llamazares al frente de la coordinación de Izquierda Unida.
Un político retirado, que no jubilado
El fin de la carrera política del 'Califa rojo' no significó, ni mucho menos, el fin de su acción política. Cambió el paseo por los pasillos del Congreso de los Diputados por los del instituto Blas Infante de Córdoba, a donde regresó para seguir enseñando (de aquellas hay una anécdota por la que un alumno repetidor contó que, al saber Anguita de su situación, le dijo: "Conmigo vas a aprobar"). Pero ya advirtió a los periodistas que se arremolinaban en la puerta del centro: "Pienso seguir en la primera línea de la política". Y siguió.
Durante los años siguientes, Anguita estuvo presente en debates sobre la nueva estructuración de la izquierda y llenó actos donde denunciaba la crisis institucional y política de España que siempre, decía, llevaba a atacar a la clase más humilde y desamparada. Pidió en varias ocasiones la refundación de IU con el objetivo de devolver el proyecto al cauce para el que había sido concebido: liderar la izquierda en España. El tiempo hizo con él lo que con tantos otros políticos: pasó de ser acribillado por la cruenta dialéctica parlamentaria a recibir elogios procedentes de los idearios más inusitados.
Intentó rehuir en todo momento de aquella leyenda que no paraba de crecer y le coronaba como líder inamovible de la izquierda. Se dice que muchos vecinos de Córdoba le paraban en plena calle, cuando iba a hacer la compra o a coger al autobús, para pedirle que volviera a la política, y que él agradecía el gesto pero insistía en que ese momento ya pasó. Quería decir que su protagonismo ya pasó, pero no así su afán por participar en el juego político, y que en sus últimos pasos le llevó a mostrar su apoyo público a Podemos.
Anguita se refugió, como siempre hizo, en los libros y las conversaciones para seguir aprendiendo, e intentó que en esta etapa final lo cubriera la tranquilidad del anonimato. Aquello era lo que le gustaba. Renunció por escrito a la paga de pensión vitalicia que España sigue dando a sus políticos y se limitó a señalar que "con la pensión que le correspondía como maestro tenía bastante". Del porqué de esta decisión dan fe su carrera y una cita de su amigo Lucas León: "Julio Anguita hace suyo el lema de Ghandi de vivir sencillamente, para que los demás puedan, sencillamente, vivir".