"No lo llames desbandá. No éramos pájaros. Éramos una pobre gente huyendo para salvar la vida". Salvador Guzmán se lo dijo muchas veces a su amiga Ana. Él ya no puede contar su historia, murió hace dos años. Pero Ana, Luisa y Conchi dan hoy voz a los niños de 'La Desbandá', la mayor masacre contra civiles de la guerra de España. La más silenciada. En conversación con laSexta, observan desde la angustia cómo la historia se repite. Cómo los civiles, ahora ucranianos, siguen siendo piezas de ajedrez en el tablero bélico.
"Subiros que nos vamos para Almería. Están entrando las tropas franquistas", recuerda Ana Pomares que les gritó su padre desde un coche. Entonces tenía ocho años. Era un 7 de febrero de 1937. La guerra civil hacía estragos en España desde hacía seis meses.
Ana y su familia se habían trasladado a una casa de la sierra huyendo de los bombardeos pero con la llegada de las tropas ya sólo les quedaba una salida. Su padre, pescador, llevaba días nervioso, pendiente de la llegada de los nacionales. Los frentes habían caído y los soldados estaban cada vez más cerca de la ciudad. Era el momento de irse. Comenzaba 'La Desbandá'.
"Con poco más que lo puesto", recuerda Ana se subieron al coche. Su madre, su hermana mayor (María, 19 años) y su hermana Remeditos (10 años). Con ellos, otra familia con dos niños.
La única vía de escape que aún controlaban los republicanos era el camino que iba por la costa. Más de 220 kilómetros hasta Almería con el mar a un lado y la montaña al otro.
Han pasado ya 85 años pero Ana relata su historia, la historia de su familia, con una vividez que encoge el alma. "Íbamos sentadas en el suelo del coche. Mi padre no nos dejaba, pero nosotras asomábamos la cabeza por la ventanilla. Lo que veíamos era horrible. Recuerdo el miedo, y la llegada de los aviones. Entonces metían el coche en los matorrales y esperábamos un poco. Caían bombas y también piedras", explica.
El asedio era triple. Por tierra, el acoso de las tropas aliadas. Desde el aire, los bombarderos italianos de Savoia Marchetti descargaban sus bombas sobre la columna de gente. Los que sobrevivían eran ametrallados en vuelo rasante por los cazas Fiat. Y desde el mar, los buques Canarias, Baleares y Almirante Cervera buscaban los tramos de carretera más cercanos al acantilado para apuntar sus cañones a la montaña y provocar derrumbes que causaran más muerte. El propio general Queipo de Llano, hombre fuerte de Franco en Andalucía, se embarcó en el crucero Baleares y anunciaba con una inmensa crueldad: "para acompañarles en su huida y hacerles correr más aprisa, enviamos a nuestra aviación que bombardeó, incendiando algunos camiones". Una matanza que para las tropas de Mussolini sería tan sólo un ensayo de lo que después aplicaría en la Segunda Guerra Mundial.
"Los niños se perdían y las madres gritaban, lloraban. Fue una masacre"
Ana y su familia eran de los afortunados. Iban en coche y había familia en Almería esperándolos. Pero muchos iniciaron el camino entonces a pie, sin saber siquiera a dónde caminaban y lo que se encontrarían.
"Había gente con burros, con la ropa hecha un lío y otros muchos caminando", relata Ana. Con cada ataque la situación se volvía peor. "Los niños se perdían y las madres gritaban, lloraban. Fue una masacre", explica.
El invierno, como sucede ahora en Ucrania, tampoco dio tregua entonces a los malagueños en su huida. Uno de los puntos más críticos del camino fue la llegada al río Guadalfeo. "El río venía muy alto y era prácticamente inabordable", señala Ana. Ella llegó a tiempo de pasarlo en coche por el pequeño puente que se mantenía en pie. Muchas familias se separaron en ese punto, los hombres intentando cruzarlo a pie, haciendo frente a la fuerte corriente. Sin fuerzas tras días de viaje, muchos no lo lograron. "Las familias que lograron pasar antes de que el puente fuera destruido se salvaron. Las que no lo lograron tuvieron que regresar a Málaga", cuenta a laSexta Jesús Majada, uno de los mayores expertos de España en 'La Desbandá'.
A pesar de tener entonces sólo 8 años, hay imágenes vistas de soslayo a través de la ventanilla del coche, que Ana, a sus 93 años, no olvida. "A veces llegaba un camión o un coche que recogía a niños que estaban solos porque se habían perdido o porque sus madres habían muerto. También muchas mujeres con bebés de pocos meses en brazos", revive.
Un vaso roto y el inicio de una vida
Tal vez, una de esas mujeres con un bebé en brazos era Luigia Bardini. Su pequeña, Luisa Vecino acababa de cumplir 4 meses.
"No ha habido ni un momento en mi vida en el que no haya habido una guerra, más cerca o más lejos", confiesa Luisa a laSexta. Hija de una catedrática italiana y de un profesor extremeño, su voz denota la fuerza de una mujer que no inició su camino por la vida de forma sencilla.
Los tres se unieron a 'La Desbandá' desde Adra. El mismo 7 de febrero, las bombas obligaron a su padre, a su madre y a ella misma a dejar su hogar. Salieron con lo puesto. 55 kilómetros les separaban de Almería capital.
"Mi madre me daba el pecho, pero a las pocas horas de camino se quedó sin leche", comienza Luisa. "No es una historia sangrienta", se justifica intentando relativizar, pero les acompañaría toda la vida. "Yo lloraba tanto que un muchacho se acercó y le dijo a mi madre que iba a ir a buscar algo, una cabra… Al tiempo regresó con un vaso roto con un poco de leche", nos cuenta. Eso fue lo primero que su madre pudo darle en su trayecto a Almería. Ese 'fondo di viquiera' (vaso de vidrio), cuenta Luisa en italiano, su madre lo conservó toda la vida. "Yo era adulta y todavía lo veía guardado como una joya familiar", cuenta con emoción.
"Ni el covid he tenido. Toda mi vida he sido un roble", explica con una media sonrisa Luisa, tal vez "por haber iniciado mis días bebiendo de un vaso sucio y roto". "Como no me morí en aquella época, ya tuve fuerza para toda la vida", añade.
Su madre le contó su historia muchos años después. "Mi madre me decía que la gente iba en harapos, descalza, algunos con telas liadas en los pies porque las alpargatas las tenían deshechas", nos cuenta. Y lo peor llegaba tras los ataques. "Ella lo describía como un infierno dantesco. Gente despedazada, muerta, niños solos…", añade.
"Toda mi vida he sido un roble, tal vez por haber iniciado mis días bebiendo de un vaso sucio y roto"
La esperanza para ellas llegaría a mitad del camino. Una furgoneta daba viajes llevándose a los que estaban peor. "Mi madre, mitad francesa y mitad italiana, logró hablar con un médico que en uno de sus viajes nos dejó a las dos en el Paseo de Almería. Mi padre siguió a pie", explica.
Solo tiempo después, a mediados de los años 50, Luisa descubriría que el gran héroe de su familia tenía nombre. Era Norman Bethune, una de las figuras clave de 'La Desbandá'. En las manos de Luisa cayó un libro que se llamaba 'El bisturí y la espada'. Contaba la historia de un médico canadiense. "Le dije: 'Mamá, mamá, aquí está. El médico del que me hablaste era este señor'", recuerda.
Bethune, un hombre consciente de la gran amenaza fascista
La historia del canadiense Norman Bethune recuerda a la de cientos de personas en las últimas semanas se han ido hacia Ucrania con sus coches para ayudar a la salida de refugiados. Sin embargo, el afán de este médico de familia acomodada por ayudar a los más necesitados era ya conocido.
Bethune pertenecía a un grupo pequeño de personas que se habían dado cuenta de la amenaza real que suponían los fascismos para todo el mundo. "Había creado en Madrid un servicio de transfusión de sangre con una técnica innovadora en la que ya no necesitaba el brazo-brazo", explica Majada.
Era una corriente silenciosa de hombres y animales: los animales gimiendo como hombres y los hombres impasibles como animales
Cuando supo que en Málaga iba a haber una gran batalla fue hacia allí para ayudar a los soldados republicanos con las transfusiones de sangre. En Almería le dijeron que Málaga ya había caído pero él siguió adelante y llegó a mitad de camino, Motril. "Allí ya vio la riada de personas y decidió desmontar todo el aparataje médico. En su ambulancia, con viajes incesantes durante tres días y tres noches, salvó a muchas personas", ensalza el historiador.
"Una mujer sujetando su estómago, sus ojos abiertos, aterrorizados. Era una corriente silenciosa de hombres y animales: los animales gimiendo como hombres y los hombres impasibles como animales", relata el propio Bethune en su libro.
Y es que fue el primero que ayudó a los malagueños y que dio la noticia. Junto a su equipo, un hombre y una mujer, hicieron fotos de las escenas que encontraban por el camino. "Son las únicas fotografías que existen", explica Majada a la vez que destaca que "sin imágenes no hay historia". "Sin ellos la historia de la carretera de Málaga a Almería habría seguido en el olvido", sentencia.
Y así es. Después de La Desbandá vendrían otros muchos bombardeos. Campos de pruebas para la Segunda Guerra Mundial. Durango, Alicante, Gernika… En este último, con gran presencia periodística en la localidad, las imágenes dieron la vuelta al mundo. Fueron cuatro horas de bombardeos.
Los ataques por tierra, mar y aire a civiles indefensos en 'La Desbandá' se prolongaron varios días. Entre 7 y 8 días tardaba una familia con niños en recorrer a pie esos más de 220 kilómetros hasta Almería.
Beber de un charco de sangre
Una de esas familias con niños era la de Conchi Torres. Sus abuelos, su madre (Ana Leiva) y sus tías tuvieron que dejar su tierra. Una historia de mujeres fuertes que descubrió hace pocos años.
"Mi abuela fue la gran heroína de la familia", comienza Conchi. Se llamaba Antonia Márquez. "¿Mujeres empoderadas se dice no?. Es que las mujeres a veces sacan una fuerza, por el amor a sus hijos, que no saben ni que tienen. Ni leía ni escribía pero logró salvar a toda su familia", desvela en conversación con laSexta.
Mi abuela ni leía ni escribía pero logró salvar a toda su familia
Su madre tenía entonces 13 años. Iniciaron el camino con un burro desde Arroyo de la Miel, no sabían a dónde iban, sólo que "necesitaban huir de lo que se les venía encima". Al poco de llegar a la carretera de Málaga a Almería comenzaron los bombardeos. En uno de los primeros ataques, el abuelo y el burro se perdieron. "No volverían a encontrarse hasta el final del camino", relata Conchi.
Antonia, lejos de quedarse paralizada, tomó nota de lo que les había pasado. No podía perder a nadie más. Cogió jirones de tela del camino, lió como pudo una cuerda y ató a sus hijos en fila. Así avanzaron Ana y sus cuatro hermanos, guiados por su madre. "Mi abuelo se perdió, pobrecito él no quería, pero mi abuela nunca perdió a sus hijos", añade.
Miedo, muerte, hambre y sed. Esa sed ahogaba una noche a María, una de las hermanas de Ana. Antonia buscó a oscuras un charco para dar algo de beber a su hija. Entre sus manos, la pequeña tomó el líquido. Con los primeros rayos de luz, Antonia descubrió el horror. Sus manos estaban manchadas de sangre. La cara de su hija también. "Es una historia muy dura que me contó mi tía hace años", recuerda Conchi.
Llegaron como pudieron a Almería y de allí tomaron un camión hacia Francia. Cuando ya pensaban que estaba todo perdido, Antonia encontró de nuevo a su marido. Pero tenían un nuevo obstáculo por delante. "Como sucede ahora en Ucrania", explica Conchi, "los hombres tenían complicado salir del país". Pero su abuela volvió a ser decisiva. "Puso una falda a mi abuelo, le tapó el pelo con un pañuelo, le agarró del brazo y así cruzaron", dice con admiración Conchi.
Su historia no se hablaba en la familia. "Mi madre, mi abuela y mis tías hablaban de su marcha a Francia pero sin detalles. Yo pensaba que había sido por la posguerra, por tener de comer…", reconoce. Solo años después, las mujeres de su familia comenzaron a hablar. "Habían preferido callar y olvidar para seguir viviendo", se emociona.
Su carácter fuerte las ayudó a sobrevivir. Ana Leiva falleció hace dos años. Vivió feliz hasta el final de sus días. "No vivía con rencor", explica Conchi que recuerda que su madre "sabía sacar lo bueno de la vida. Ella era energía y alegría".
La familia Leiva-Márquez no fue la única que calló. Muchos otros protagonistas de La Desbandá sobrevivieron en silencio, enterrando a sus muertos y sepultando el miedo algunos y la vergüenza otros.
Una masacre silenciada
"Mis hijos no se enteraron de mi historia hasta hace 4 o 5 años", reconoce Ana Pomares. "No se hablaba. Por miedo y porque te podían denunciar. Con que alguien te tuviera un poco de inquina te acusaba de robo y ya la teníamos liada", explica.
Ahora ya no tiene miedo. Ana recuerda esos días de La Desbandá después de 85 años como si fuera hoy y se indigna cuando escucha a "algún historiador" (se refiere a Antonio Nadal) decir que los que huyeron de Málaga no eran civiles sino milicianos. "¿Tú te crees? La gente de los pueblos, que iban con su carro y su burro. Mi padre no era ningún miliciano", reivindica. "Eso es mentira", sentencia.
A Luisa nada le alivia el dolor. "Yo después viví el encarcelamiento de mi padre y la persecución", dice en un susurro. Le falta el aire, se emociona. Fueron muchos años señalados viviendo en Almería. Su padre murió de un infarto poco después de salir de la cárcel. Otro golpe insoportable. Poco después, madre e hija se fueron a Milán. Desde allí las imágenes de los fascismos en el mundo las seguían golpeando.
Cada vez que su madre veía imágenes de los campos de concentración "recordaba su huida. El aspecto de la gente, el cansancio extremo, la miseria…", confiesa.
Ahora, con las imágenes que llegan del éxodo de Ucrania, "la historia se repite", señala Luisa con dolor.
Le cuesta hablar. Coge aire, suspira, se vuelve a emocionar. "Me da una pena infinita la huida de esta gente. No hay derecho ni a llevar la guerra ni a obligar a huir para intentar salvar la vida", consigue decir.
Se recompone y saca esa fuerza que la ha acompañado desde sus primeros meses de vida. "Si tuviera la edad y la salud me iría de voluntaria. Aprecio mucho a la gente que está ayudando en la frontera. Porque en 'La Desbandá' los únicos que nos ayudaron fueron el doctor Bethune, los voluntarios de Almería y a nosotros un amigo de la familia que nos dio alojamiento", recuerda agradecida. "Espero que esta sea la última guerra y que no se repita nunca más", susurra con un hilo de esperanza.
Sin embargo, las cifras que llegan de Ucrania no son alentadoras. Según la ONU, más de 3 millones de refugiados han logrado salir del país por los diferentes corredores humanitarios abiertos. Otros muchos no lo lograron. Naciones Unidas confirma la muerte de más de 700 civiles en los ataques rusos. No obstante, las autoridades ucranianas hablan de muchos más. Los bombardeos incesantes en Mariúpol, Kiev, Járkov u Odessa evidencian que las cifran serán mucho mayores.
Ahora, 85 años después de 'La Desbandá' tampoco hay consenso sobre cuántos civiles perdieron la vida en la bautizada ya como 'Carretera de la muerte'.
"En Ucrania se han intentado corredores humanitarios. En Málaga, además de no dejarles salir, les masacraron por tierra, mar y aire en el único camino que tenían abierto para poder escapar", compara Rafael Morales, presidente de la Asociación La Desbandá. "Fue un genocidio, un crimen de guerra", señala sin matices añadiendo que "no hay muchos antecedentes similares a este hecho".
El profesor Majada cifra en unas 100.000 personas las que iniciaron ese éxodo hacia Almería. Norman Bethune habla de muchas más y algunos investigadores llegan a los 300.000.
Ni siquiera podían preocuparse de enterrar a los muertos. Tenían que avanzar
La asociación eleva la cifra a entre 200.000 y 300.000 personas. "Es muy difícil saberlo", explica el historiador. "El gobierno civil de Almería comunicó que habían llegado 50.000 personas, por lo que es muy probable que desde Málaga salieran al menos el doble", justifica Majada explicando que muchos no pudieron avanzar y regresaron, y otros muchos se dispersaron por La Alpujarra almeriense.
Tampoco hay consenso en la cifra de civiles asesinados en esos días sangrientos de huida. Majada lo sitúa en varios miles, "entre 3.000 y 5.000". "Es algo imposible de determinar. En la carretera de Almería ni siquiera podían preocuparse de enterrar a los muertos. Tenían que avanzar. No estaban identificados y quienes encontraban los cuerpos, que fue el ejército italiano, los enterraban en fosas comunes", explica.
Un dolor, el de no saber dónde están tus muertos, que es columna vertebral de la Memoria Histórica de un país. Cada año la asociación recorre el camino en recuerdo de este terrible episodio. "Ahora habría que sacarlos de las cunetas y que cada familia los entierre donde quiera", desea Ana Pomares, que defiende que la historia de 'La Desbandá', la mayor masacre del franquismo contra civiles se estudie en los colegios. "Si no la historia se repite. Y se va a repetir, porque la historia no está bien", afirma.