"Quiero conservar mi casa, no tiene más", dice Abel. Esa casa, fue la que lo vio nacer en el año 1958 y con la voz cortada nos cuenta que a sus padres les supuso un gran esfuerzo levantarla como para que ahora él desista y deje que todo se venga abajo.
Su historia es el principio del cuento de la España despoblada. Un municipio que se encuentra a 30 minutos en coche del pueblo más cercano: Igüeña. Justo el que le niega un derecho fundamental como es el empadronamiento.
No es fácil llegar hasta la casa de Abel, puesto que el pequeño pueblo de apenas unas cincuenta casas se encuentra al final de un camino que rodea toda una montaña y que aún está sin asfaltar. Un cartel lo anuncia: Montes de la Ermita, pero antes de ver las primeras casas, en nuestro camino encontramos una verja que anuncia que hay ganado suelto. Bajar del coche, pasar la verja y comprobar que es verdad: un rebaño de vacas limusinas observa al coche forastero rotulado "laSexta".
En el balcón de su casa nos recibe este señor que ha decidido luchar por que su pueblo no muera, incluso llevando ante los tribunales al ayuntamiento que se supone que tendría que pelear porque esas casas de tejado de pizarra nunca quedaran vacías. "Todo empezó por eso, siempre he vivido aquí pero hubo un momento en el que tenía que arreglar el techo, que estaba muy viejo y se podía venir abajo. Fue entonces cuando el alcalde de Igüeña me dijo que no podía darme la licencia si no estaba empadronado, cuando quise hacerlo me dijo que no", es la historia que nos que relata Abel, una historia que comenzó hace 20 años. "Entonces tenía vacas y no quise meterme en follones porque dependía mucho de Igüeña. Ahora no tengo nada que perder porque las vacas las vendí, ya no me podían fastidiar y decidí volver a intentarlo".
Pero el 'no' del alcalde de Igüeña se mantuvo y Abel lo denunció ante el Defensor del Pueblo. En su casa, un olor a potaje -de ese auténtico, de pueblo- nos recibe. Una casa que por cierto no tiene nada que envidiar a cualquiera de los pisos de una gran ciudad: 80 metros de trastero o "bodega" como él la llama y otros 80 metros cuadrados repartidos en tres habitaciones, un cuarto de baño y una cocina totalmente equipada. Agua, luz, televisión e internet. Eso sí: las vistas y la escasa cobertura que proporciona auténtica desconexión digital, ya la querríamos los que vivimos en las grandes metrópolis.
Eusebio es su hijo, y a sus apenas 30 años no es capaz de contener la emoción que le produce el calvario por el que su padre está pasando. Sobre todo porque allí también está la casa de sus abuelos maternos, la que es su herencia y que tampoco podrá conservar si el ayuntamiento mantiene su postura con respecto a abandonar Los Montes de la Ermita. Es una situación complicada porque con Eusebio hemos quedado en Igüeña. Sí, ese pueblo que tantos quebraderos de cabeza les está trayendo. "Nosotros vivimos en Igüeña y por eso nos ha costado tanto tomar esta decisión y llegar hasta aquí, pueden llegar represalias y tampoco queremos estar en boca de todos". Nos dicen que el alcalde, está intentando enfrentarlos con el resto de habitantes.
LaSexta ha hablado con Alider Presa, que es el alcalde de Igüeña, quien es bastante brusco cuando le preguntamos qué está pasando con el único habitante censado de Los Montes de la Ermita. "Para ser concretos a día de hoy no hay ninguna persona censada en los Montes de la Ermita, hay una sentencia del TSJ que nos obliga a ese empadronamiento pero nosotros en nuestro derecho hemos recurrido ante el Tribunal Supremo". Nos sorprende la contundencia con la que Presa sigue expresando su deseo de que Abel no pueda empadronarse allí porque va en contra de la filosofía de intentar reavivar la 'España vaciada', así que insistimos en el 'por qué no': "Es una situación muy delicada, yo entiendo que desde el principio soy el malo de la película, pero es una situación difícil sobre todo para el resto de los vecinos que forman los ocho municipios que dependen del Ayuntamiento de Igüeña. Te lo puedo resumir en un segundo: Es un primer paso para conseguir la recuperación integral del antiguo pueblo de los Montes y si eso llega la estabilidad económica del resto de pueblos se viene abajo."
Sobre el papel, sí, es cierto, en 1981 dejó de haber gente empadronada en Los Montes de la Ermita, pero Abel asegura que nunca ha estado vacío. Es la continua historia de la España rural: ante la falta de trabajo la gente emigró a otros pueblos, pero siguieron manteniendo su casa como segunda residencia. Asegura además que él lucha ahora pero otros ya lo intentaron antes. Eso sí, a sus predecesores los frenó el hecho de enfrascarse en la batalla en la que él está metido ahora. Un joven con un rebaño de cabras quiso lo mismo que él hace unos años, pero cedió a las presiones y acabó censado en una casa en Igüeña. No mucho después, otro compró y arregló una casa en el supuesto pueblo abandonado. Al ir a darse de alta en el padrón, igualmente "tuvo problemas", critica el que no está dispuesto a recular.
Carlos González-Antón es el abogado de Abel, el que lo ha guiado en todo el proceso judicial y nos explica que la actitud del alcalde atenta contra el principio de igualdad: "las instituciones deberían velar porque todos los ciudadanos tengamos los mismos servicios -o al menos similares- independientemente de territorio donde vivamos. ¿Con qué cara le dirías a alguien de Madrid que no puede tener metro porque vive en Chamberí y no en Mahadahonda?". Nos aclara también otro pequeño detalle: los propietarios de las 25 casas que están habitables, han pagado su IBI religiosamente. Mientras que Alider Presa, dice no haber actualizado ningún servicio a ese pueblo desde hace más de cuarenta años.
Abel es un hombre dispuesto a llegar al final, no piensa dejar que el pueblo de sus ancestros "se pierda por un capricho", así que sin dudar afirma "si quiere ir al Supremo, pues iremos. No estoy cometiendo ningún delito y yo creo que si esto fuera de él no dejaría que esto se perdiese", sentencia.