La de la posguerra fue una época llena de mentiras en España. Se podría decir que se manipulaba todo: desde la versión con la que el franquismo vendía a las potencias extranjeras su triunfo bélico, y el nuevo comienzo de un país en el que "los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos", hasta las cartillas de racionamiento con la que los pobres, que acabada la contienda salieron más pobres, intentaban adquirir alimentos y productos de primera necesidad, todos estos a precios imposibles.
También, cómo no, se 'manipularon' identidades y rangos para sobrevivir. Muchos, quienesno fueron asesinados o encarcelados, y sí obligados a esconderse o a huir de una España llena de odio y miseria, tuvieron que dejar de ser quienes eran. Fueron transformándose así en fantasmas de su propio país. Aquí la mano y el ingenio de un hombre, miembro del Partido Comunista de España, lograron que estos fantasmas no acabaran enterrados o desterrados de por vida.
De Domingo Malagón (noviembre, 1916) se dijo en su momento que era el único imprescindible del PCE. Así lo proclamó Santiago Carrillo, líder del partido, cuando su compañero político y de trincheras regresó a España, en octubre de 1976. Para entonces, Malagón llevaba 38 años viviendo en el exilio francés. Desde allí se había dedicado de forma exclusiva a salvar cientos de vidas, si no miles, y lo había hecho engañando a todo el aparato del régimen. Durante casi cuatro décadas, lideró un grupo de comunistas clandestino dedicado a la falsificación de documentos de identidad: eran conocidos como el equipo técnico.
Antes de aquello, Malagón ya apuntaba maneras políticas y artísticas. Habiendo cumplido los 18 años, fue admitido en la academia de Bellas Artes de San Fernando e ingresó inmediatamente después en la revolucionaria Federación Universitaria de Estudiantes (FUE) –asociación a la que pertenecieron otros alumnos de renombre como Nicolás Sánchez-Albornoz y Manuel Lamana, protagonistas de la única fuga conocida del Valle de los Caídos–. Pocos meses después del estallido de la Guerra Civil, casi sin haberse acostumbrado a la veintena, entró a militar en el PCE, formación con la que, según constata el periodista Mariano Asenjo, coautor junto a Victoria Ramos del libro Malagón: autobiografía de un falsificador, combatió contra los sublevados, incorporándose a la octava 'Compañía de Acero' del V Regimiento.
Al filo del final de la guerra, en febrero del 39, Malagón tuvo la oportunidad de cruzar la frontera a través de los Pirineos. Lo hizo, como miles de civiles y milicianos, a través de Le Perthus, poco antes de que las tropas franquistas tomaran el control de la zona. En ese momento "sólo portaba unas botas, una pistola y las Obras Escogidas de Marx", cuenta el historiador Mikel Rodríguez en su ensayo 'El exilio invisible'.
Lucha en la distancia contra el régimen
Al tiempo que Franco comenzó a extender su sombra por una España completamente arrasada y el nazismo declaró el inicio de la II Guerra Mundial, Domingo Malagón consiguió fugarse y esconderse tras su paso por los campos de concentración franceses de Barcarès y Saint-Cyprien, donde fue recluido poco después de cruzar la frontera. Se instaló en la localidad de Perpignan, donde montó un estudio fotográfico con otro compañero fugado. No duró mucho aquel negocio.
Cuando el Partido Comunista logró reorganizarse para hacer frente a los restos del fascismo en Europa y al franquismo en España, a Malagón, de quien ya se conocían sus dotes artísticas y sus convicciones políticas en las altas esferas del comunismo, se le encomendó la labor de modificar las cédulas y otras acreditaciones de identidad en España. Le acompañaron en este equipo técnico Jesús Beguiristain Andrés, Ramón Santamaría Josetxo y José Larreta Garde Paul.
Según reproduce Mariano Asenjo a partir de un informe del PCE En julio de 1945, la formación vio en Malagón una figura clave para la lucha antifranquista a distancia: "Fue utilizado en algún trabajo especial de reproducción de documentos y piezas de identidad, para lo cual parece ser un virtuoso. Con este motivo fue retirado del trabajo general. Es Leal y discreto".
No fue tarea fácil. A lo largo de toda la dictadura el régimen creó un aparato dedicado a la renovación de las técnicas de identificación de los españoles. Con esta iniciativa intentaban poner remedio a algunas de sus principales preocupaciones: controlar de forma exhaustiva el tránsito en los puestos fronterizos y reconocer y 'marcar' a aquellos desafectos al mando de Franco. "Los ayuntamientos limítrofes con Francia debían elaborar un listado con las personas que por motivos de residencia o laborales tenían justificada su presencia en la proximidad de la frontera. Los modelos, sellos y numeración de los salvoconductos se renovaban con cierta frecuencia para dificultar su falsificación", detalla Mikel Rodríguez.
Asenjo apunta que "la consolidación de este equipo se produjo hacia 1950, cuando el régimen de Franco, aún con muchas restricciones, permitió que los españoles pudieran salir del país; tan solo se necesitaban... papeles". Pero cuántos papeles: cada ciudadano debía disponer de una cantidad notable de documentos para evitar su arresto: una cédula personal (que pronto fue mejorada con dactiloscopia y fotografía para una identificación más precisa), pasaporte, cartilla de racionamiento, carnet político, salvoconducto y permiso de trabajo, así como sellos de cuota o abono.
Malagón; precisión, paciencia e ingenio
Todos esos papeles eran los que el equipo técnico se encargó de falsificar bajo el mando de Malagón; al principio en Perpignan, y tiempo después en Toulouse y en París. Y lo hacían en la más absoluta clandestinidad. Tal era la situación que, según se refleja en Malagón: autobiografía de un falsificador, pocas personas más allá de Beguiristain y Santamaría conocían con exactitud la dirección de esa comisión de trabajo dedicada a la manipulación de documentos de identidad.
"Humorísticamente decíamos que 'hacíamos el mono', teníamos que realizar lo más exactamente posible la documentación"
Así explicó el por entonces secretario general del PCE, Víctor Acuña, al historiador Mikel Rodríguez su 'modus operandi' para con este grupo: "El Partido pedía los pasaportes a todos los que lo tenían legal. Yo los recogía y se los llevaba a la oficina, se los daba a Jesús Beguiristain. Éste o Malagón los adaptaban al nuevo propietario y en lugar de hacerse el paso a España por el monte, se hacía 'legalmente' por la frontera".
Es aquí donde entraba en acción el talento de Malagón, queen una entrevista concedida al programa 'Informe Semanal' en 2005 resumía así sus más de tres décadas al servicio del partido en estas artes: "Yo tenía que coger tinta china, el pincel, el papel, que tenía que buscarlo a veces como podía, comprando libros viejos, y la lupa. Y entonces (hacía) cada cosita a mano, uno a uno". Para Malagón, aquel trabajo resultaba ser "una cosa tremenda", si bien también era tan duro como precario: "Dedicaba todas las horas del día y todas las horas que podía tener de la noche. Yo no hacía nada más que eso: comer, todo lo que podía comer y luego, después, ya dormir. Y dormir en una con una cantidad de chinches que me comían. ¿Mi sueldo? Pues me daban sencillamente lo que podía yo tener para comprarme la comida. Y nada más".
Y nada más: unos 28.000 francos. "Para hacernos una idea, diré que un empleado del PCF cobraba 45.000 francos y que mi salario antes de comenzar esta labor era de 65.000 francos", explicó Ramón Santamaría Josetxo, especializado en el fotograbado, que narró así su experiencia de trabajo en este grupo: "Humorísticamente decíamos que 'hacíamos el mono', teníamos que realizar lo más exactamente posible la documentación". Y añade: "Los horarios nos los imponíamos nosotros mismos. No realizábamos ningún otro trabajo, el del Partido ocupaba todo nuestro tiempo".
Todo ello bajo el más absoluto secreto, precisó Santamaría: "Una de las medidas de seguridad que se adoptó, y de forma muy estricta, fue la de aislarnos: desaparecíamos de la circulación, no pertenecíamos a ninguna organización del Partido, no podíamos participar en actos o manifestaciones... Tampoco podíamos caer en el error de aparecer en fotografías en ningún lugar". Gracias a ello, sin embargo, pudo viajar "más de una vez sin problemas con tales documentos" y celebró, cuando volvió a ser ciudadano legal en España, "el honor y el orgullo de poder decir que ningún camarada cayó entre las garras de la policía por defecto de los documentos que llevaba".
Entre esos camaradas se encontraban, entre otros tantos, Dolores Ibárruri, Ignacio Gallego o Santiago Carrillo, que se sirvieron en varias ocasiones de la destreza de Malagón para su libre tránsito por aquella España fascista. 'José Menéndez Rocamora', 'Simón Garnica Gómez' y 'Alfredo Solares Martínez' fueron algunos de los nombres que usó el exdirigente comunista en hasta tres documentos de identidad distintos, y que acompañó en algún momento con su famosa peluca, para acreditarse como ciudadano español. El resultado parecía ser inmejorable.
Se dice pronto: Malagón falsificó miles de documentos de identidad, y de todos los tipos y colores: ayudó con la modificación de antiguos DNI y pasaportes a los militantes que querían volver a poner en marcha el partido en España de forma clandestina, como también a los que buscaban el libre tránsito por Francia y el resto de Europa, e incluso en otros continentes. Se dice que no falló ni cuando el régimen franquista puso en marcha en 1951 un documento de identidad calificado de "infalsificable". Toda una vida dedicada al activismo y a su partido. Como dijo Mariano Asenjo: "Malagón habría sido un buen pintor, pero se 'quedó' en revolucionario".