Había una imagen fija durante los primeros compases de los años 2000 en la isla de Tenerife: en un ambiente cada vez más guerrillero, con unos movimientos sociales cada vez más activos, era fácil vislumbrar una silueta en mitad de la masa. Manifestaciones, sentadas, acciones o negociaciones. Ahí, inequívocamente, siempre estaba 'el Largo'.
Así se conocía a aquel chico tan alto, roza casi los dos metros, que estaba metido en todos los fregados que tuvieran que ver con las protestas sociales y medioambientales. A Alberto Rodríguez Rodríguez(Santa Cruz de Tenerife, 1981), exdiputado de Unidas Podemos y exsecretario de Organización de Podemos, siempre le ha acompañado la alargada sombra de su figura.
La presidenta del Congreso, Meritxell Batet, le retiró el acta cumpliendo una sentencia del Tribunal Supremo que le condenaba por una agresión a un policía en 2014. La sentencia le imponía al diputado canario una multa de 540 euros y lo inhabilitaba para presentarse a elecciones durante un mes y 15 días. Este domingo, Alberto Rodríguez protagoniza el Salvados de Gonzo para explicar cómo ha vivido todo el proceso.
¿Quién hay detrás del personaje, del diputado con rastas que causó un terremoto con su llegada a la Carrera de San Jerónimo allá por el año 2016? laSexta.com dibuja el retrato del político canario que siempre quiso rebelarse contra las injusticias y del que está ahora por ver si se ha visto envuelto en una.
Las rastas llegan al Congreso
De Alberto Rodríguez hay varias imágenes icónicas, pero ninguna señala lo que él representa como la del día de su llegada al Congreso de los Diputados: vestido de manera casual, con un sencillo jersey y unos vaqueros oscuros, caminando de manera tranquila por el Hemiciclo, pasa por delante del escaño del entonces presidente, Mariano Rajoy, que le contempla estupefacto.
Al día siguiente copó todas las portadas: él era la revolución que auguraba Podemos. Un tipo canario, de izquierdas, con ropa de calle y rastas. Nada raro en la España de 2016, pero sí entre sus señorías.
Fue el primer choque de realidad de un joven que venía de un ambiente obrero desde la cuna. Nacido en el barrio tinerfeño de Ofra, muy humilde, hijo de profesora y electricista, como a él mismo le gusta recordar, nieto de costurera y carpintero, que venía de vivir en un piso con todos ellos y sus dos hermanos. Todos juntos en 69 metros cuadrados.
Juventudes comunistas y representación estudiantil
La politización le vino desde bien joven: en el instituto del vecindario -del que su madre era la directora-, conocido como ‘el Rojo’, no por su ideología sino por los colores de sus paredes, Alberto comenzó a pulsar los ambientes reivindicativos.
Su primer contacto estuvo ligado a la representación de alumnado y la defensa a ultranza de la educación pública frente a las leyes que venían aprobando el Gobierno de España, en manos, en aquella época, de José María Aznar.
“Todo arranca al hilo del movimiento estudiantil, con la organización Comité de Estudiantes”, especifican testigos de la época a laSexta.com. “Éramos gente un poquito friki”, sonríen. “Estábamos muy, muy motivados; éramos muy jóvenes”. Y Alberto, 'el Largo', llamaba la atención.
Tanto que, tras las manifestaciones contra la guerra de Irak, tan sólo llegaron tres multas a toda la isla. Una de ellas fue para él. “Los policías le conocían, pero por su aspecto”, precisa una buena amiga.
Son, de hecho, esos primeros conocidos y esos primeros contactos los que van configurando un ideario que desemboca en un coqueteo con las juventudes comunistas, a las que estuvo afiliado, pero se desligó, cuentan fuentes cercanas a su entorno, tras unos años de militancia. Acabó en Izquierda Unida Canarias -donde se presentó a las primarias para el Cabildo, y perdió- y de ahí, como tantos, dio el salto a Podemos.
Del vertedero a la refinería
De él destacan, tantos compañeros de sus filas como de otras bancadas políticas preguntados por laSexta.com, como Ana Oramas -Coalición Canaria- o Alfonso Candón -PP-, con el que protagonizó una emotiva despedida, que su principal valor es su conciencia de clase. Que su perfil representaba un pequeño mirlo blanco entre los miembros de Podemos, cocinados al calor del debate universitario y el academicismo de las facultades.
La trayectoria de Rodríguez es, sin duda, atípica entre cualquiera que haya desempeñado un cargo de su nivel, ya no sólo en su propio expartido, sino en la política española.
Porque él estudió un FP superior de Química Ambiental, y de ahí dio el salto laboral tras apenas haber cumplido la mayoría de edad. Primero, como trabajador en el vertedero de Santa Cruz de Tenerife; después, en lo que él mismo denomina en conversación con sus íntimos como “el maravilloso mundo de la subcontrata”.
Fue albañil, fue peón, fue cualquier oficio que le permitiera seguir currando hasta que encontró la oportunidad que esperaba: conseguir trabajo en la refinería de Cepsa en la isla. Era el año 2005 y la industria buscaba perfiles como el suyo.
Así, tras un curso de seis meses de formación y seis meses de formación práctica, consiguió un contrato indefinido. Tenía 24 años y un trabajo que consistía (y consiste) en mover y distribuir el petróleo por la fábrica para separar el crudo de otros subproductos como combustibles y asfalto -además de fuel, gasoil, queroseno, nafta, gas propano o gas butano-.
Figura de consenso entre propios y ajenos
El ambiente de la refinería forja, definitivamente, su figura política. Entra en la delegación sindical de CCOO en su industria -pero no como liberado, tal y como se ha extendido entre sectores de extrema derecha- y se convierte en un icono de la negociación entre trabajadores y directivos. Además, siempre, consultadas fuentes de la empresa, con buena consideración por parte de unos y otros hacia su trabajo, su talante y sus formas.
“Era una persona referente, para el entorno sindicalista, para los que militábamos en las juventudes del PCE o en IU”, comenta un antiguo conocido en charla con este medio. “Siempre fue muy reivindicativo, muy crítico. Y era abierto de mente: en la época y en aquellos círculos era raro encontrar a quien quería escuchar sobre temas feministas o LGTBI”, apuntan.
Sus protestas sobrepasaban el ambiente puramente laboral. Unos Carnavales, por ejemplo, se disfrazó de bola de demolición para denunciar los procesos de destrucción de la costa de la isla de Tenerife.
Por esa actitud combativa, a nadie le sorprendió su desembarco en la política nacional, a pesar de que la izquierda canaria, más allá del PSOE, nunca hubiera tenido representación.
Aficionado al rap, que no al reggae
“Alberto es de lo mejor que ha pasado por Podemos. Es una persona honrada, buena gente. La legitimidad que otorga venir de la clase trabajadora, es algo que cuesta ver en las instituciones y mira cómo lo ha pagado. Tiene el discurso de la honradez. Cuando habla, es cristalino”, afirma el rapero Nega, cuando laSexta.com le pregunta. Ambos mantienen una buena relación por uno de sus intereses comunes: la música y las rimas.
A Rodríguez no le interesa tanto el reggae como el rap en castellano o música reivindicativa como el grupo Reincidentes o los canarios Guerrilla Urbana. Ya los disfrutaba antes de hacerse el peinado de las rastas -que consultó con sus conocidos mediante una encuesta de Facebook hace una década-, cuando llevaba el pelo largo en una melena lisa.
Siempre se ha sentido un poco bicho raro en Madrid, puesto que hay pocas cosas que le interesen tanto como la playa, a la que agradece volver ahora tras unos años especialmente convulsos y agrios en la capital. “No podía caminar tranquilo por la calle: le paraban o para pedirle fotos o para insultarle”, explican desde su equipo.
Sin embargo, tras su decepción con la política y su partido, no quiere dejar de ser útil. Y por ello va a seguir dando la batalla: llevará su caso al Tribunal de Estrasburgo, sí, pero primero se sincerará con Gonzo, este domingo, en laSexta.