"Por Dios, por la virgen del Pino, haz algo para que este daño lo conozca el mundo, porque yo soy maricón, invertido, pero no vago ni maleante". Como sucedió con otros miles, Juan Curbelo (1934, Las Palmas), autor de la cita, y Octavio García (1931, Las Palmas) quedaron marcados para siempre por su identidad y orientación sexual. Según datos oficiales, unos 5.000 homosexuales fueron encarcelados durante la dictadura, cuando no apaleados o asesinados directamente por la policía del franquismo o los simpatizantes del régimen. Aquellas escenas dantescas no tardaron en normalizarse en muchos sectores, y no era de extrañar: ser LGTBIQ+ llegó a tipificarse como delito.
Frente a los pilares que sustentaban el terreur blanche de Franco (el fascismo y el nacionalcatolicismo), el colectivo fue señalado desde el primer momento, si bien su persecución fue silenciada a otro nivel. "El franquismo se trabajó muy bien el olvido a través del miedo. Pero, en este caso, el olvido era doble, porque tanto en la derecha como en la izquierda había un prejuicio enorme hacia la homosexualidad. Eran marginados por ambos lados, había desprecio". Quien firma estas palabras es Miguel Ángel Sosa Machín, autor de uno de los primeros trabajos que registraron la existencia de una suerte de campo de concentración en Tefía, municipio en la isla de Fuerteventura (Gran Canaria) a donde fueron trasladados multitud de gays.
En 'Viaje al centro de la infamia' (2006, Anroart), Sosa Machín retrató a través de expedientes penitenciarios y testimonios valiosísimos para la memoria democrática el funcionamiento de la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía, centro activo entre mediados de los años 50 y 60 que sirvió para la reclusión y 'reeducación' de presos comunes y políticos, pero también de homosexuales varones, a partir de hambre y palos. Una crueldad amparada por la famosa Ley de Vagos y Maleantes que modificó Franco para acabar de un plumazo con la diversidad sexual. Así quedó registrado en una publicación del Boletín Oficial del Estado el 15 de julio de 1954.
"Los homosexuales [...] deberán ser internados en instituciones especiales y, en todo caso, con absoluta separación de los demás; prohibición de residir en determinado lugar o territorio y obligación de declarar su domicilio; sumisión a la vigilancia de los delegados", rezaba el texto de aquel BOE. "Los marcaron para siempre. Vieron humillación, odio, maltrato, miseria. Una condena totalmente injusta", denuncia Sosa Machín en su conversación con laSexta. Tal fue el horror vivido allí que Juan y Octavio no decidieron hasta varias décadas después dar a conocer lo ocurrido en Tefía. Y fue el autor que quiso narrar la represión franquista contra los homosexuales quien recogió sus testimonios.
La rebelión de Juan Curbelo
Primero lo hizo con Curbelo, durante la tarde de un lunes cualquiera, en casa de este: "Él quería demostrar que eso fue real, que él estuvo allí, que lo maltrataron y humillaron, y lo padeció. Fue un luchador nato. También era muy desconfiado porque había recibido muchos palos". Arturo Arnalte, periodista y autor de 'Redada de violetas: la represión de los homosexuales durante el franquismo', añade en esta investigación paralela a la de Sosa Machín que la estancia de Juan en Tefía "era una sucesión de palizas, y su condena se alargó hasta apurar el máximo en aquella cárcel cuartel. Tres años estuvo siguiendo la misma rutina". Una rutina consistente casi de forma exclusiva en duros trabajos forzados, así como en agresiones y otras sanciones graves ante cualquier 'infracción' cometida allí.
Así consta en otro estudio sobre Tefía, el de Víctor M. Ramírez, autor de 'Peligrosas y revolucionarias. Las disidencias sexuales en Canarias durante el franquismo y la transición'. En su investigación se estima que de los 300 presos que pudo haber llegado a albergar la colonia canaria, al menos una veintena fueron encarcelados por su condición homosexual. "Pero Juan se rebeló desde el principio. A él le costaba expresar su dolor. Tenía dificultad para expresar todo ese miedo, esa humillación, porque no tenía el arma de la formación mínima para expresarse. Pero Juan se pegó tres años allí porque se rebelaba. Y los presos dependían de los partes de conducta trimestrales que sacaban en la colonia", apunta Sosa Machín.
Antes de su ingreso en Tefía, Juan Curbelo ya "goza de mala conducta moral por ser invertido y tiene los ademanes propios de mujer"
El escritor señala que la insumisión por querer ser libre le dejó inevitables secuelas que perduraron en el tiempo: "Cuando yo le nombro al director del centro, él empezó a gritar: '¡Verdad que es verdad, que yo no mentí!'. El hombre se emocionó". En la obra de Arnalte se describe de esta manera al máximo responsable del campo de Tefía en aquel momento (su identidad no está del todo clara): "El director no era un capo nazi con monóculo, fusta y botas de montar, sino un sacerdote castrense de Vitoria que dictaba cuántos palos, a quién se habían de dar y por qué agravio, del que él era el único árbitro. Un sacerdote que escondía las cartas de los familiares y determinaba, con sus informes a los juzgados, si los condenados debían permanecer en Tefía el año mínimo o el máximo de margen las ambiguas condenas a vagos y maleantes".
Las palizas no eran el único problema. Todo aquel drama se desarrollaba en un escenario de marginalización, pues los homosexuales estaban separados de otros presos en espacios y salas bien delimitadas, pero también de hambruna y escasez de recursos que marcaban aún más la vulnerabilidad de los presos: llegaban a buscar en las basuras y a prostituirse con otros presos y funcionarios a cambio de comida. Así lo relató Curbelo cuando comenzó a hablar. Para entonces, ya habían pasado muchos años desde su estancia en aquel centro penitenciario de Fuerteventura, una de sus muchas paradas en su viaje a la infamia.
Juan fue detenido muy joven, antes de llegar a la veintena, por homosexual. Sucedió en el intermedio de una película. El motivo: hablar con otro joven. Según un escrito de la Comandancia de la Guardia Civil al que Sosa Machín tiene acceso, antes de este arresto Juan ya "goza de mala conducta moral por ser invertido y tiene los ademanes propios de mujer". En el trabajo de Arnalte se añade que "era detenido con frecuencia en las redadas que efectuaba la policía y su madre se pasaba la vida yendo y viniendo de casa a sacarlo de la comisaría de la Plaza de la Feria o a la cárcel de Barranco Seco". Tan solo un mes y medio después de la intervención policial, Juan ingresó en la colonia. Allí permaneció tres años.
La Liberación de Octavio García
La detención de Octavio García fue similar. Así lo pudo saber Sosa Machín, quien, precisamente durante su charla con Curbelo, tuvo la 'suerte' de presenciar una llamada telefónica del otro preso en Tefía. "Llamó en un momento determinado y él (Curbelo) me dijo: ‘Es Octavio. Sabía que tú ibas a venir y llama para ver cómo ha ido, y yo le acabo de decir que tú estás aquí todavía'. A mí Octavio no me respondía por el miedo... hasta que me respondió". Cuenta el escritor que no fue una conversación nada fácil para ambos. García llegó a sufrir problemas físicos a la hora de relatar su testimonio, pero insistió en la necesidad de contar lo que vivió.
La tragedia de Octavio por ser homosexual queda resumida así en 'Viaje al centro de la infamia': "Fue así como supe que había sido denunciado por la madre de un invertido ricachón; supe también de su padecer en la prisión de Las Palmas de su posterior viaje al centro de la infamia, y del último golpe que recibió en Tefía: la madrugada en que salía de libertad, con el pretexto de saber si llevaba escondida alguna carta, lo hicieron bajar del camión en que se iba, lo obligaron a desnudarse y a ponerse a cuatro patas". Antes del último gesto de humillación en Tefía, vivió y sufrió todo lo demás. Lo expresó él mismo en una entrevista concedida a Víctor M. Ramírez y el equipo de memoria histórica de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria:
"Estuve 16 meses preso. Te transforma, te quita la mente, te la estropea, porque allí no había más que cargar piedras y agua. Había hombres que llegaban con 80 kilos y se quedaron pesando 45 o 50. Las palizas que yo vi allí... Como te equivocaras de paso, te daban con una fusta". En esa misma intervención dejó también constancia del pesar que aún arrastraba: "¿Cuántos momentos por la noche me pongo a pensar y se me saltan las lágrimas? Me pongo a rezar y digo 'Dios mío, quítame estos pensamientos de la mente'". García no tuvo dudas, según cuenta Sosa Machín a laSexta, de que lo que vivió en Tefía se parecía más a un campo de concentración que a lo que llamaban colonia penitenciaria agrícola: "Octavio hablaba de que solo faltaban los hornos crematorios. Era un hombre leído, y sabía lo que había sucedido en la II Guerra Mundial".
A pesar de todo, Tefía no fue la última ni la única parada en ese viaje al centro de la infamia obligado por la dictadura. Así lo escribe Sosa Machín: “Por los que volvían al campo, sabíamos que la vida después de Tefía seguía siendo un infierno que se prolongaba durante años. Tenías que residir un año fuera de tu lugar de origen, por lo que muchos se iban desterrados a otra isla. Cuando cumplías esta segunda condena, debías estar varios años presentándote mensualmente en la comisaría. Una sola falta era motivo más que suficiente para ponerte en busca y captura". Proceso registrado en la Ley de Vagos y Maleantes que sufrieron también otros tantos.