"Baila o muere". Ese es el mensaje que Ahmed lleva tatuado en su cuello. Quiere que sea lo último que vean los verdugos de Daesh si alguna vez le cortan la cabeza. "Sigo vivo gracias al baile", afirma orgulloso.
Los yihadistas le han amenazado y han colgado fotos suyas acompañadas de un "Se busca". "Hay niños que han visto asesinar a sus padres delante de ellos. Tienen un comportamiento especial y son o muy tranquilos o muy agresivos, así que decidí enseñarles a bailar para expresar sus emociones", relata Ahmed.
Ahora repite con otros niños, los de La Cañada Real. "Mientras ensayaba, me miraban con ojos brillantes. Me recordaron a mí mismo cuando estaba en un campo de refugiados", continúa contando el bailarín. "Ha molado mucho"; "nunca había visto un bailarín". Son las palabras que los más pequeños dedican a Ahmed.
El baile es el arma de Ahmed contra ISIS. Por eso ha actuado en sus antiguos reductos, como el teatro de Palmira. "Ese teatro es para el arte, no para matar gente. Salvar tu cultura es la lucha más grande que puede haber", afirma el artista. Ahora estudia en Holanda, pero sueña con volver a Siria para fundar un ballet nacional.
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