El 1 de septiembre de 1730 las bocas del Timanfaya, en Lanzarote, comenzaron a emitir lava. La erupción, que duró seis años, hizo una línea kilométrica de fisuras que arrasó con la cuarta parte de esta isla en el archipiélago canario.
Hasta 11 poblaciones desaparecieron bajo el manto de material volcánico. Ante esta situación, la mayoría de habitantes se marchó de la isla. Sin embargo, los que se quedaron descubrieron un milagro para los cultivos: en las zonas cubiertas por una arena volcánica más fina empezaron a crecer plantas, la tierra se volvió más fértil.
Con estos cambios en el terreno nació el vino de la Geria. El proceso que siguieron los campesinos fue el siguiente: apartaron la arena volcánica hasta llegar al suelo antiguo, sembraron, lo cubrieron con piroclastos y protegieron el terreno con muros circulares. Así lograron que la arena filtrara el rocío de la noche y evitara que la calima secase las plantas.
Esta erupción otorgó a la isla un paisaje que la ha convertido en una gran atracción turística. De hecho, a día de hoy, es el parque nacional más visitado de España con casi dos millones de entradas al año.
Pero esto no es lo único que se ha aprovechado de aquella erupción. En la actualidad, entrenan y ensayan los profesionales de la NASA y de la Agencia Espacial Europea. De hecho, el punto en el que aterrizó el Rover Perseverance fue bautizado como el volcán por su gran parecido.
Hoy, en el Parque Nacional del Timanfaya hay 25 volcanes activos, algo que pueden comprobar los visitantes con solo meter un poco de paja bajo tierra o echar agua en ciertas grietas. Las temperaturas llegan hasta los 600 grados a tan solo 10 metros de profundidad.
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